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El festín de la vendimia

Foto(s): Cortesía
Redacción

Mamá había ido por mí a casa de los abuelos, donde pasaba toda la temporada escolar; ella trabajaba y vivía en la ciudad, me dejaba con sus padres con la confianza de que su amor y cuidados eran mejores que una nana. Mis abuelos sabían caminar por los laberintos de mi mente, la llenaban de historias, me consentían. Mamá llegaba en estas fechas para ir a casa de los abuelos paternos, quienes nos esperaban con los brazos abiertos.

 

Esa mañana, la ciudad amaneció con hambre, tomamos un taxi con ruta hacia el centro; tras la ventana me entretenía observando la prisa de la gente, una señora jalando impaciente el brazo de su niño mientras éste lloraba por la golosina negada, algunos jóvenes animando con disfraces de duendes o santacloses. Más adelante, infinidad de puestos adornados con luces cantarinas que repetían incesantes la misma tonada. Juguetes, ropa, luces, movimiento, ruido, impaciencia, prisa; era todavía pequeña como para acomodar cada pieza de aquel caos y darle sentido, aterrizarla en el momento de la cena navideña, del todos juntos y felices. Para mí ese espectáculo ya era en sí una fiesta, ruidosa, en la que el sentido era la compra.

 

 

"Déjenos en la siguiente esquina" pidió mamá al taxista. Nos mezclamos rápidamente en el festín de vendimias; me abstenía de pedir, sabía que esos tiempos estaban dedicados a los gastos navideños; una viejita se acercó, extendió la mano, mamá movió la cabeza en negativa, dijo que no tenía cambio. Entramos a una gran tienda donde mamá adquirió regalos, la tarde se nos fue en ello; afuera, las lucecitas tintineaban abriendo paso a la noche. Cuando iba a pagar, noté un gesto de extrañeza, su rostro se puso pálido, buscó entre sus bolsillos, volvió a hurgar en su bolsa, le dijo a la señorita algo que no alcancé a oír; ésta puso los ojos en blanco y torció la boca; pasar cada producto le había llevado unos diez minutos, le pidió permitiera el paso al siguiente cliente. Mamá transformó su rostro en una mueca triste, le escurrían lágrimas, su cartera había sido robada. Nos encaminamos a la salida, donde unos elfos danzaban despreocupados y hasta parecía reían de nuestra desgracia.

 

 

Continuará el próximo miércoles…

 

 

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