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Consultorio del alma. Cuenta conmigo. Psicoanálisis, política y ciudadanía

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Foto(s): Cortesía
Redacción

Jesús Antonio Martínez Carrasco

 

¿Por qué la guerra, Freud?

Recuerdo el viaje que emprendí de la Ciudad de Roma a Viena, me llevó casi doce horas. Viajé en tren en un compartimento en el que iban otras tres personas. Era un largo viaje por lo que me puse a pensar cuáles eran mis referencias sobre el lugar a donde iba a llegar. 

Inmediatamente me vino a la mente la música clásica, el Rio Danubio, el rock hecho por los vieneses, el papel que tuvo la ciudad en la Segunda Guerra Mundial y el famoso penacho de Moctezuma.

 

 

Un mal momento

Esa noche un oficial abrió el compartimento donde me encontraba y nos pidió a los pasajeros los boletos; no es que haya entendido lo que dijo, sino que atendí a su petición al ver que el resto de los pasajeros mostraba sus boletos, yo repliqué la acción. Mientras, el resto de los pasajeros y el oficial hablaban, rápidamente llamé la atención, por mi raquítico alemán y mi color de piel. Le mostré mi pasaporte y comenzó a hablarme en inglés. Me hizo dos preguntas en concreto: la primera sobre mi destino final y la segunda sobre si necesitaba visa para entrar a Austria. Esto último tuvo que cotejarlo con otro oficial ante su desconfianza hacia mi respuesta.

A punto de dormir, vi por la ventana del tren cómo bajaban a un hombre de origen africano, seguramente migrante que deseaba llegar a algún destino europeo. Los oficiales forcejeaban para poder someterlo. Después de una hora de ese incidente traté de descansar no sin antes entrar en el dilema, conmigo mismo, si les decía o no a mis vecinos si podía apagar la luz y cómo se los decía en mi casi nulo alemán. Finalmente, el sueño y el cansancio pudieron parar mi debate interno.

 

 

Obsequio y fortuna

En mi segundo día en Viena tuve la oportunidad de visitar la casa de Sigmund Freud, hoy convertida en museo. No estaba en mi agenda hacerlo, de hecho, no tenía claridad en cuanto a quién era este personaje. Acepté el obsequio que me estaba dando la vida y decidí recorrer las entrañas de las habitaciones donde este hombre pasó un poco menos de medio siglo escribiendo, investigando, analizando, atendiendo a pacientes y creando el psicoanálisis. 

Obviamente todo lo anterior no lo sabía en ese momento. Recuerdo que había muebles, lámparas, libros, objetos personales de Freud y cartas que sinceramente no me fueron relevantes en aquel momento.

Hace 3 meses me enteré que la correspondencia que hubo entre Freud y Einstein se encuentra en la casa de Freud que visité hace 9 años en Viena. Esto pasó desapercibido a mi interés, sin embargo hoy toma toda la relevancia posible. En estos meses he estado viendo y leyendo lo que acontece en México y el mundo. Esto me ha llevado a leer la correspondencia que existió entre estas dos personalidades en 1932.

Siete años antes de la Segunda Guerra Mundial, la liga de Naciones, hoy la ONU, le pidió a Albert Einstein, quien contaba con prestigio y renombre internacional; esencialmente por su publicación sobre la Teoría de la Relatividad en 1905, que intercambiara ideas sobre algún tema con quien él considerara significativo en la materia. Él eligió a Sigmund Freud para plantear la problemática de la guerra. 14 años después de la Primera Guerra Mundial, la expectativa y el sentimiento de la amenaza a la “paz mundial” se percibía en Europa. El primer planteamiento de Albert a Sigmund en dicha carta fue: ¿Hay algún camino para evitar a la humanidad los estragos de la guerra?

Continuará el próximo lunes…

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“…Los hombres cometen actos de crueldad, malicia, traición y brutalidad, cuya posibilidad se hubiera creído incompatible con su nivel cultural”, Sigmund Freud.

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