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Dos jovencitas querían saber qué se sentía matar

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Foto(s): Cortesía
Giovanna Martínez

Agencias

Iria Suárez González tenía 16 años y Raquel Carlés Torrejón, 17. Eran aficionadas al ocultismo y al rock satánico y querían saber «qué se sentía al matar a una persona». El día 27 de mayo de 2000, llevaron a Clara García, de 16 años, a un descampado y allí le asestaron 32 puñaladas y la degollaron.

Tras cometer el crimen, las dos adolescentes se cambiaron de ropa y se fueron de copas.

Las jóvenes se declararon culpables en el momento de ser detenidas el mismo día, sobre las 13.15 horas, en sus domicilios.  

La Policía encontró el arma y la vestimenta ensangrentada en sus viviendas.

El hallazgo del cadáver 

La joven apuñalada, hija de un suboficial de la Armada en la reserva, no acudió a dormir a su casa la noche de los hechos, por lo que sus padres denunciaron su desaparición al siguiente día por la mañana.

A las 10.00 horas, un ciudadano informaba mediante una llamada telefónica a la Policía del hallazgo de un cadáver en la zona conocida como El Barrero, cercana a unas instalaciones militares.

La víctima estudiaba en el Instituto de Enseñanza Secundaria Isla de León de San Fernando, al igual que las detenidas, que conocían a la víctima y «con la que se llevaban muy mal», según fuentes policiales.

El cuerpo de Clara fue hallado por un vecino que paseaba a su perro por la zona del crimen. La víctima presentaba hasta 18 cuchilladas y el cuello seccionado por arma blanca.

Tras el hallazgo del cadáver, la Policía comenzó las investigaciones en el entorno de la joven. Un amigo de la víctima declaró que, tras una discusión de Clara con un chico, ésta se quedó en El Barrero con las dos detenidas. Según la Policía, el ataque se produjo en este momento. Las dos amigas, con las ropas manchadas de sangre, regresaron a su casa, donde se cambiaron de vestimenta y volvieron a salir para reunirse con amigos en una zona de bares.

Los amigos de las dos detenidas se quedaron extrañados de la ausencia de Clara, pero no sospecharon hasta la mañana siguiente, cuando supieron que los padres de la joven habían denunciado la desaparición.

Los amigos de Clara pusieron a la Policía sobre la pista. Los agentes se dirigieron de inmediato a las casas de las dos detenidas, donde encontraron el arma y las ropas ensangrentadas. Fuentes policiales confirmaron que las dos jóvenes, en presencia de los agentes y ante las evidencias halladas, se derrumbaron y se declararon culpables.

Las numerosas cuchilladas asestadas a Clara obligaron a la Policía Judicial, a la Policía Científica y la autoridad judicial a demorarse varias horas en proceder al levantamiento del cadáver.

La zona de El Barrero, donde fue hallado el cuerpo, se encuentra en el casco urbano de la localidad y es una zona donde habitualmente se concentran los jóvenes durante la noche.

Vecinos de la zona afirmaron que un hombre que paseaba con su perro encontró el cadáver junto a restos de botellas de alcohol y refrescos e inmediatamente llamó a la Policía.

Querían ser famosas

El titular del Juzgado de Instrucción número 2 de San Fernando, Juan José Parra, ordenó el ingreso inmediato en prisión de las dos adolescentes detenidas como supuestas autoras del asesinato.

Tras más de ocho horas de interrogatorio, las detenidas se derrumbaron ante el juez y se mostraron arrepentidas. Las acusadas declararon al instructor que el asesinato de Clara «era una experiencia nueva» que les hacía «sentirse bien» y que les permitiría «hacerse famosas».

Clara era según el testimonio de las adolescentes «una víctima débil porque era fácilmente impresionable».

Respecto a la relación de las detenidas con la víctima, sobre la que había versiones contradictorias entre sus conocidos, la Policía aclaró que no mantenían ya una amistad estrecha, aunque seguían yendo al mismo instituto, y que ese día por la noche las dos adolescentes invitaron a Clara a quedarse con ellas para charlar. Se dirigieron a un solar en una zona conocida como El Barrero, donde fue hallado el cuerpo de Clara al día siguiente por la mañana con 18 puñaladas.

Dos militares que estaban en una garita próxima han declarado que oyeron «jaleo» esa noche. Nada raro en un lugar donde suelen reunirse jóvenes a beber.

Ni satanismo ni juego de rol

Las dos menores rechazaron de plano ante el juez que su acción esté relacionada con un juego de rol o con la práctica de ritos satánicos, aunque reconocieron su atracción por los temas esotéricos.

La primera conclusión de la investigación policial es que actuaron movidas por su afición a las novelas de terror y por su admiración por JRP, el joven de su misma edad que asesinó a sus padres y a su hermana pequeña afectada por el síndrome de Down en Murcia, utilizando una katana japonesa.

El móvil que ha establecido la Policía es que las adolescentes intentaban imitar el argumento de novelas o películas gore (de terror, crueles, macabras y violentas). A este gusto por lo truculento se sumó la admiración por JRP. 

El ensayo del crimen

Las dos asesinas ya habían ensayado con anterioridad el crimen en un centro comercial. 

Habían pensado elegir una víctima «débil» y desconocida, una chica que, por azar, fuera al cuarto de baño, según fuentes de la investigación.

Una de ellas permaneció fuera del servicio, a la espera de que apareciera alguien con el perfil propicio. La otra aguardaba dentro empuñando una navaja, la misma que, según aseguraron ante el juez, utilizaron el pasado viernes para asestar las 18 puñaladas que acabaron con la vida de Clara. 

Pero en el centro comercial un vigilante de seguridad abortó el ensayo de las dos jóvenes. El guarda consideró extraña la conducta de las adolescentes y les pidió su identificación. Luego las dejó marchar.

La muerte de la víctima

En su declaración ante el juez, las detenidas admitieron haber lamentado el «fracaso» en el centro comercial, y afirmaron que decidieron planificar meticulosamente el crimen. Aunque no se preocuparon de ocultar el arma del crimen ni las ropas ensangrentadas, sí se dedicaron a hilvanar una coartada.

Pero no les sirvió de nada, ya que la Policía las cogió a «contrapié», según fuentes cercanas a la investigación, en sus casas al siguiente día por la mañana. Y no tardaron nada en confesar. 

Según el relato de las presuntas asesinas, sólo una de ellas asestó todas las puñaladas a la víctima, mientras la otra se limitó a sujetarla. Presuntamente hubo ensañamiento y Clara opuso resistencia hasta el final, como lo prueban los navajazos que recibió en sus brazos y manos.

La autopsia revela que ninguna de las puñaladas -la navaja tiene una hoja de un solo filo, de 11 centímetros, y está poco afilada- asestadas en la espalda y en el tórax fue mortal, por lo que la víctima habría fallecido desangrada tras el corte que le seccionó la vena carótida y la arteria yugular.

La sentencia 

El Juzgado de Menores de Cádiz condenó a las dos detenidas a ocho años de internamiento y cinco de libertad vigilada. 

Además, condenó a las sentenciadas y a sus padres al pago de una indemnización de 246.145 euros a la familia de Klara García.

 

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