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Christopher Wilder, asesino y depredador

Foto(s): Cortesía
Redacción

Christopher Wilder tuvo todo en contra desde un principio. A los pocos meses de nacido, sus padres tuvieron que llamar a un cura para que le diera los santos óleos. A los dos años, el niño casi muere ahogado en una alberca. A los tres, mientras iba a bordo de un auto en compañía de su familia, sufrió unas violentas convulsiones, por lo que fue llevado de urgencia al hospital, donde los médicos tuvieron que resucitarlo. Christopher Wilder se aferró a la vida, pero, lejos de honrarla, eligió caminar en sentido contrario…


El despertar sexual de este nativo de Sidney, Australia, fue violento. A los 17 años, en compañía de otros adolescentes, violó a una joven en una playa. Por ser menor de edad, sólo fue amonestado, pero aun así tuvo que cumplir con un programa de rehabilitación que incluía terapia de electrochoques, la cual no surtió los efectos que las autoridades esperaban.


Su paso por Australia


El matrimonio no contribuyó a que Wilder sentara cabeza y quizá en eso tuvo mucho que ver que la unión sólo duró unos cuanto días. Su esposa dijo que, más que relaciones sexuales, los encuentros íntimos con Wilder parecían violaciones. Después de que la mujer encontró en el auto de su marido una colección de pantaletas de diferentes tallas, además de fotografías de jóvenes desnudas, prefirió cortar por lo sano y despedirse para siempre de un hombre que conforme pasaban los días le resultaba más extraño.


Soltero nuevamente, Wilder decidió marcharse de Sidney y establecerse en Florida, Estados Unidos, a donde llegó al comienzo de los años 70 del siglo pasado. Su nuevo hogar lo recibió con los brazos abiertos y ahí el hombre prosperó rápidamente en el negocio de la construcción y la instalación eléctrica. Sus necesidades económicas estaban cubiertas, pero el sexo lo seguía atormentando.


Demonio interior


Las ataduras morales de Christopher Wilder eran demasiado delgadas para contener a un monstruo al que el aroma almizclado del sexo lo enloquecía. Durante algunos años pudo maniatar a su bestia interior, alimentándola con sesiones fotográficas en moteles, donde retrataba chicas a las que pagaba por sus servicios. Pero eran golosinas para una personalidad predadora que lo que deseaba era cazar. En octubre de 1977, la nave mental de Wilder soltó marras y zarpó en busca de nuevos territorios. En el camino encontró a una joven de high school, a la que obligó a practicarle sexo oral. A raíz de ese episodio, Wilder pisó por vez primera una prisión de Estados Unidos.


El 21 de junio de 1980, unas semanas después de quedar libre, convenció a una adolescente para una sesión de modelaje. Con locaciones en el campo, en lugar de fotografías, la joven fue violada brutal y repetidamente. En esa ocasión, Wilder no estaba dispuesto a regresar al encierro y decidió viajar a Australia. La tranquilidad del hogar paterno tampoco pudo contener sus compulsiones. En diciembre de 1982, Wilder raptó a dos jovencitas de 15 años, a las que obligó a posar desnudas para unas fotos. Fue detenido y debido a que no hubo violación, quedó libre después de que sus padres depositaron una fianza de 350 mil dólares.


Cuándo exactamente cedieron los goznes de la puerta que resguardaba los deseos más profundos de Christopher Wilder. Nadie lo sabe. Lo cierto es que al regresar a Estados Unidos, en un periplo de dos meses y que abarcó los estados de Florida, California, Texas, Oklahoma, Nevada, Nueva York y Utah, el contratista reclamó por lo menos siete víctimas, todas mujeres.


Macabros crímenes


Terry Ferguson, de 21 años, fue vista por última vez el 19 de marzo de 1984 cuando hablaba con un individuo cuya descripción empató posteriormente con Wilder. Al día siguiente, una estudiante universitaria fue raptada por el individuo; en un motel fue violada repetidamente, torturada con descargas eléctricas y finalmente asesinada. Elizabeth Kenyon, de 23 años, desapareció el 21 de marzo de 1984, cuando regresaba de la escuela donde daba clases. Sus restos nunca se encontraron. El 23 de marzo, en Beaumont, Texas, Terry Walden desapareció después de ser contactada por un hombre que le pidió que modelara para unas fotos. Su cuerpo fue recobrado de un canal, con huellas de múltiples heridas provocadas por un arma punzocortante. Dos días después, en Oklahoma, Suzanne Logan fue raptada a la salida de una tienda departamental; su cuerpo, al ser rescatado de un estero, presentaba huellas similares a las de Walden. Sheryl Bonaventura, el 29 de marzo, en Colorado, y Michelle Korfman, el 1 de abril, en Las Vegas, Nevada, fueron las últimas víctimas de una etapa de furia.


¿Accidente o suicidio?


El 13 de abril, después de raptar a una mujer en New Hampshire, Wilder fue abordado por dos patrulleros, quienes lo habían reconocido en una gasolinera. Tras intercambiar tiros por varios minutos, uno de los patrulleros logró acercarse a Wilder lo suficiente para intentar maniatarlo. En el forcejeo, el arma del sospechoso detonó en un par de ocasiones. Uno de los disparos se incrustó en uno de sus riñones, el otro en la cabeza. Oficialmente, la muerte de Wilder fue suicidio.


La partida de este asesino de mujeres dejó varios capítulos sin cerrar. Por ejemplo, el de varias jóvenes que se sospecha fueron víctimas de Wilder. Otro es su cuenta de ahorros, donde tenía depositados 2 millones de dólares, una cantidad respetable para un hombre que trabajó muy poco durante su vida.

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