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Lecturas para la vida: Un domingo, de madrugada

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Foto(s): Cortesía
Redacción

Por Rafael Alonso

El comienzo de esta historia fue inesperada, como inesperada fue la llamada que el sábado al medio día le hicieron a Domingo comunicándole que había sido aceptada su solicitud de empleo en céntrico hotel de la ciudad. El detalle es que Domingo, con el mismo ahínco con que había buscado trabajo, había rogado a Dios no encontrarlo. Es bien sabido que Dios no cumple caprichitos ni endereza jorobados, así que se hizo su voluntad sobre la cabeza del hijo de Doña Felícitas y, con 20 añitos recién cumplidos, estaba a punto de ingresar a la vida laboral, misma que daría inicio, precisamente el domingo a las 6 de la mañana, hora a la que estaba convocado para presentarse en su lugar de trabajo.

Toda la tarde y noche del sábado, Domingo se la pasó pensando si valdría o no la pena, por un salario mínimo, más prestaciones de ley, levantarse tan temprano. Pronto empezaron a dibujarse en el horizonte los nubarrones de la duda y de la desesperanza: ¿cuánto tardaría, bajo estas condiciones, en lograr un patrimonio? ¿Cuánto tendría que invertir en pasajes? ¿Cuántos riesgos no correría en su trayecto al trabajo saliendo a esas horas de la madrugada? cuando aún existía el horario de verano—; hay que tomar en cuenta que adormilado tendría que andar un camino lleno de perros bravos, sin contar con ciertos baldíos donde, era bien sabido que se cometían asaltos a los transeúntes desprevenidos. Peor aún, ¿qué pasaría si el trabajo no era de su agrado o si, por algún accidente que a cualquiera puede ocurrir, tuviera que pagar algún costoso traste en el lujoso hotel donde iba a desarrollar labores de limpieza?  Le inquietaba también que sus jefes fueran personas desagradables; bien sabía domingo que tenía el pellejo muy delgado y que no estaba para tolerar faltas de respeto, vinieran de quien vinieran. Con esos y otros pensamientos, el joven tardó en conciliar el sueño.

Aunque tenía fama de perezoso, Domingo se decía a sí mismo, poniendo a Dios por testigo, que no lo era, sino que simplemente no tenía suerte; la vida le parecía muy dura y difícil de sobrellevar. No eran las pocas veces que decía: “me quiero morir”; aunque también con Dios por testigo, afirmaba que no lo decía en serio.

Continuará el sábado.

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