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Andador de letras: Los bríos del 2024 

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Foto(s): Cortesía
Redacción

Elia Pérez López

¡Feliz Año Nuevo 2024!

Es la primera frase que escribimos en nuestro mundo de letras, y la palabra “Feliz”, motiva sonrisa, canto, alegría; un cúmulo de colores que invitan a vivir en este mundo, con la actitud más ganadora del planeta Tierra.

Sin embargo, para los nacidos en 1939 y 1945, es un dígito que transcurre con cierto aire en despojo, por los ayeres, en cuyo pasado la memoria aglutinará lo que resulte relevante. Las cosas positivas, generalmente son los “bonitos” recuerdos, pero los acontecimientos que marcan una historia, esos son los que no se olvidan.

A don José Inés, aún le vienen los mareos, desde la última caída que le sucedió, cuando venía caminando, bajando el puente. Su cabeza quedó sobre una roca; el golpe sonó como si arrojaran un carro de piedras sobre un muro. Los vecinos de la calle salieron para auxiliarlo, pero con sus 85 kilos de masa corporal, una grúa era lo necesario para apoyar a las cuatro manos que levantaron un desmayado cuerpo.

 

A la postre, cumplirá el 21 de enero, 85 años, con su mirada puesta al infinito. Sabe que el medicamento es necesario, aunque su santa voluntad lleve la delantera, porque un hombre con esa edad no está para aceptar órdenes, sino para desafiarlas, con voces que se agolpan en su cerebro: “no tomes las pastillas, a ti no te gusta ingerirlas, saben amargas y no son aptas a tu paladar”.

Cuando ese “mal” de no poder sostener su cuerpo en equilibrio, le hace decir: 

—¡Ay, Diosito!

Su esposa, doña Julieta, en su rostro carga las penas, en cada arruga están los sinsabores de los recientes años de convivencia con el padre de cuatro mujeres y un hombre. Entre todos persiste el imaginario de que están bien, de que éste bienaventurado año nuevo, sea de felicidad, de amor, de paz y de comprensión, en fin, de esos grandiosos deseos de un porvenir venturoso.

Para ella no es así. El estar pendiente del zigzag de sus pasos, la sobresalta en cada madrugada. Sus camas yacen en cuartos separados, aunque sus vidas están unidas bajo el mismo techo. En cada amanecer, se cruzan sus bastones; él, para irse a la hamaca; ella, para preparar la comida.

 

En el verano de junio, ella asumirá sus 79 años de abrir sus ojos a la vida, de estrechar manos, de trabajar por la dignidad de su ser, de ser la incansable luz para la generación que procreó. Hoy, sus bisnietos tienen una conversación de alegrías, a través de la cámara que la tecnología permite en su celular.

Por ello, citar un nuevo año, con todas las buenas vibras, es también hablar de un tiempo en que las horas van restando. Cada segundo que el reloj avanza es ver, en cada anochecer, algo más que el ir y venir del sonido del viento. Es una vela encendida cuyo deseo es que su luz sea tan intensa que ninguna tormenta la toque.

Así que este andar de sueños gire en el sentido positivo de la existencia para que la mecedora tenga un cuerpo que lo habite, una hamaca que se extienda en cada tarde. Que su abanico de bondades, haga ondear la salud de ambos, en el extensivo de sus hijos y sus familias, en la gratitud por el aire que —en el respirar— llegue a los pulmones y se exhale para otro suspiro, para regenerar los sentidos, para darle el valor de los números que, en aquella suma, también se agotan, y que el universo conspire a favor de la humanidad, cuya vida es esencia de valentía y experiencia convertidas en sabiduría.

Ahora, que los buenos deseos cumplan su cometido, que las letras sigan discurriendo en nuestras pantallas y el año nuevo sea la totalidad de la felicidad anunciada.

 

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