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Denarios: Unas orejas para Gael

denarios3
Foto(s): Cortesía
Redacción

Filiberto Santiago Rodríguez

Aunque iba acompañado por Balbina, su abuela paterna, entró con temor al frío consultorio del médico, pues sentía desasosiego de que sus esperanzas se quedaran en eso, en una promesa más. Desde que nació, su vida navegaba en silencio. Jamás en sus ocho años había conocido ruido alguno, tampoco conocía el sonido de la naturaleza, menos alguna palabra de sus padres. No entendía ningún lenguaje de las personas y de su garganta salía solo un gruñido parecido al de un animal herido por la desesperanza.

A su corta edad Gael arrastraba también el desprecio de su madre quien al mirarlo incompleto decidió abandonarlo, dejándolo al cuidado de su padre quien, abrumado por esa cosa que decía ser su hijo, traspasó el deber a su propia madre, es decir, a la abuela Balbina, quien lo cuidó desde muy pequeño atendiéndolo en sus necesidades básicas. Ella llegó a quererlo tanto, que a través de los años empezó a recorrer hospitales y centros de salud en busca de ayuda para que su nieto pudiera oír. Ahora se encontraba con un especialista “particular”, tuvo que conseguir dinero prestado para el viaje y la consulta, pero estaba segura que había valido la pena.

Gael nació así, sin orejas y con los oídos atrofiados. Del lado derecho solo tenía un pequeñísimo orificio por donde trataba de deslizarse inútilmente algún sonido; el lado izquierdo se encontraba totalmente clausurado y sellado para cualquier murmullo.

Ahora Gael estaba ahí, frente al médico, con mil miedos metidos en su cuerpo flacucho y enfermizo, pero sacó fuerza de su ilusión para enfrentarlo. Con señas y gritos que salían de su angustia, pedía unas orejas que le permitieran oír, quería escuchar su nombre, salir al mundo hambriento de algarabía.

El doctor que lo atendía se emocionó al contemplarlo, en toda su actividad profesional pocas veces se había enfrentado a un incidente de esa naturaleza. Intentó hablarle a gritos mencionándole su nombre: “Gael…Gael…Gael”. Allá en las profundidades de sus oídos resonaba una palabra parecida a Gael. Sus oídos sin fuerza, desmayados por la falta de uso o porque así lo quiso el destino, solo percibían quince decibeles, casi nada.

Lo que escucharon como diagnóstico fue que, con una terapia adecuada, Gael podría aprender a hablar algunas palabras, además requerían de la valoración de otros médicos para saber si se podía hacer alguna reconstrucción, solo había un problema: la pobreza de San Marcos Moctum, situado en lo más alto de la Sierra Mixe de Oaxaca. Era muy complicado conseguir dinero para los tratamientos, pues lo poco que tenían solo servía para engañar a la apetencia.

Su médico lo quiso ayudar con un acto de benevolencia: le extendió un billete. Gael lo miró con sus ojos tristes, llorosos y corrió a abrazarlo sentándose en sus piernas, buscando el cariño y el consuelo que le negaron sus padres y deseando que su sueño, el de tener unas orejas, se hiciera realidad algún día.

“A su corta edad Gael arrastraba también el desprecio de su madre quien al

mirarlo incompleto decidió abandonarlo”.

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