Pasar al contenido principal
x

DENARIOS: Un viernes de Nereida

Foto(s): Cortesía
Redacción

Por Petra

"Hoy mismo hablaré con Rosa", pensó. Su hija se llamaba igual que ella, y todos quienes las conocían coincidían en que eran como dos gotas de agua. Ella nunca le dijo cuánta soledad sentía por su ausencia. Hacía más de veinte años que se había ido, tan enamorada, que Nereida no tuvo argumentos para detenerla. Hoy le daría la noticia de su inminente muerte.

Pasaban de las diez de la noche cuando la orquesta estelar anunció como quinta pieza el danzón número dos, uno de los más famosos y difíciles de bailar para danzarines aficionados. Las parejas que llenaban la pista, como si se hubieran puesto de acuerdo, despejaron la misma. El joven maestro se dirigió a ella con una sonrisa que parecía musical y una inclinación corta; ella aceptó. 

Acoplados como si los hubieran ensayado, ejecutaron los pasos clásicos de Danzón. Primero, un columpio: ella se dejaba llevar siguiendo los movimientos de su pareja; cuando él adelantaba el pie izquierdo, ella movía su pie derecho hacia atrás en un paso corto; en seguida, el izquierdo rebasaba al primero. En un tercer movimiento, alineó el pie derecho con el izquierdo; luego, llevaba este pie hacia adelante, repitiendo los otros dos pasos, igual hacia adelante; después, repetían el primero; tres balanceos de tres tiempos. Al cerrar, el pie izquierdo de ella iba hacia el frente; después, arrastraba muy lento el pie derecho para emparejarlos en el tiempo once. Lo repitieron tres veces; él, conduciéndola siempre con el pie contrario a cada paso. Sus cuerpos parecían un péndulo balanceándose al ritmo de la música. Sus miradas altivas, fija cada una en la del otro, parecían electrizar a los demás bailarines que no apartaban los ojos de la pareja. Todas las respiraciones se acompasaban con ellos, agitadas. 

Combinaron también varios amagues, en los que ella daba el primer paso con el pie derecho hacia atrás, como si fuera a iniciar un paseo en reversa; después deslizaba el otro pie rebasando el derecho y cuando parecía que marcaría el tercer paso con el pie derecho hacia atrás, su pareja la atraía, haciendo que el pie izquierdo regresara hacia adelante para dar una vuelta siempre sostenida por la mano.  En los alegres montunos de aquel danzón, su pareja la sostenía con firmeza para evitar que sufriera algún incidente por sus altos zapatos de tacón.

—Nereida parece una calandria revoloteando por la pista, baila como profesional y ese conjunto que trae hoy, está divino, le queda muy bien— dijo una mujer con aire conocedor.

—Lástima que se vaya a morir- dijo otra voz, casi apagada.

Era la media noche. La torreta de una ambulancia que corría desesperada, lloraba confundiéndose en el cerebro de Nereida con el llanto de los clarinetes del salón de baile. La última sensación que tuvo fue la falta de aire en sus pulmones y su último pensamiento fue para su hija.

Noticias ¡Cerca de ti!

Conoce los servicios publicitarios que impulsarán tu marca a otro nivel.