Pasar al contenido principal
x

Denarios: Los fieles difuntos

tamales2
Foto(s): Cortesía
Redacción

Petra

Todo inicia dos jueves previos al día primero de noviembre con la compra de los guajolotes en alguno de los pueblos que rodean la ciudad. Algunas veces hemos ido a comprarlos hasta el pueblo de mis papás, en la Sierra Sur. Hay que alimentarlos bien durante esos días para que no se pongan flacos. 

La compra de los diferentes chiles también tiene su chiste. “Mira bien”, me dice mi mamá; “que no estén manchados” y toma algunos de las enormes pilas de guajillo, meco, pasilla  mexicano, ancho y chilhuacle; este último, endémico de la región de la Cañada en nuestro estado. Me los muestra y aprueba para sí misma con la cabeza. 

Este año voy a colaborar en todo el procedimiento. Cuando era joven, sólo hacía algunas de las compras; claro, siguiendo las indicaciones de mi madre; “fíjate bien que el totomoxtle y las hojas de plátano no estén rotas” me dice, año con año. No está de más recordármelo. Hay una tradición en la vendimia de los materiales que tampoco ha variado; todo sube de precio y los vendedores, sin ningún empacho te dicen: “es por la temporada, nomás que pase Muertos y volverán a su precio normal”. 

El jueves pasado, se asaron y tostaron los ingredientes para el recaudo. Los chiles, son lo más complicado, se queman con facilidad y así no sirven, porque el mole sale amargo. Aguantar su picante olor cuando están en  el comal, es puro estoicismo. El mole debe hervir por más de tres horas. Después se le retira toda la grasa que servirá para aderezar la masa para los tamales, se deja macerar en el refrigerador cuatro días, antes de agregarle el pan, chocolate y el caldo de guajolote. 

Mañana 29, muy temprano, iremos a comprar la flor de cempasúchil y las cañas para el arco. Aún no sabemos si la compra se hará en San Antonino Castillo Velasco o en la Villa de Etla. Por la tarde del día 30, Juan empezará a levantarlo, amarrará las cañas a las patas de la mesa para que quede firme. Es todo un trabajo de paciencia, respeto, cariño a la tradición y la creencia en la visita de nuestros fieles difuntos. Seguro lo terminará pasada la media noche. El día 31 debe estar terminado,  para que las primeras almas, que llegarán ese día, encuentren sus ofrendas.

Poner el altar es otra ceremonia; mi mamá siempre pide “que el arco lleve muchas flores y mucha fruta”, como es costumbre en su pueblo, San José del Pacífico. Ella coloca en una mesa las imágenes de su devoción y las fotografías de mi papá, mi hermano Juan y la de los abuelitos. Después, un plato pequeño de mole, otro de tamales, pan de yema, dulce de calabaza y de tejocote, un jarro con chocolate de leche, tortillas, agua, cigarros, fruta y dos coca-colas. 

Siempre hay alguien que le trae del pueblo un rollo de flores amarillas. Esas flores crecen en otoño en todas partes, son pequeñas, pero las de la montaña son más aromáticas, allá las llaman brushe. Le gusta ponerlas, porque dice que su aroma le recuerda cuando era niña y sus hermanos ponían el altar. 

Por último, ella  forma una cruz con pétalos de las mismas flores, coloca veladoras y esparce los pétalos, para formar un camino desde la entrada de la casa hasta el altar. 

Para ella, el día más importante es el 2 de noviembre. Ese día vendrán todos sus difuntos, está segura. A medio día enciende carbón en un incensario de barro; antes de iniciar el rosario, arroja pequeños puñados de copal y sahúma por todos lados el sitio de la ofrenda. Yo la miro entre la bruma, y su mirada siempre parece buscar con una esperanza, los rostros vivos de los que ya no están.

"Cuando era joven, sólo hacía algunas de las compras; claro, siguiendo las indicaciones de mi madre".

Noticias ¡Cerca de ti!

Conoce los servicios publicitarios que impulsarán tu marca a otro nivel.