Pasar al contenido principal
x

Denarios: Las aventuras con mi padre o las ruidosas chachalacas

DENARIOS2
Foto(s): Cortesía
Redacción

Sebastiana Gómez

Papá Emilio tenía la costumbre de levantarse muy temprano para uncir su yunta, es decir, poner el yugo a los bueyes y amarrar ahí la carreta. A veces iba al terreno de siembra o al campo a buscar leña que mi mamá usaba en la cocina.

Yo siempre fui muy apegada a mi padre. Mis primeros juegos fueron las canicas, baleros y trompos. Él  me enseñó a jugarlos y a elaborarlos. Cuando ya tenía como ocho años, que ya iba en tercer año de primaria, me gustaba salir en todos los bailables, entonces mi madre me dijo que tenía que ahorrar para comprar la ropa que la maestra pidiera. Para mí estuvo fabuloso, porque era la oportunidad para estar más tiempo con mi papá. Sobre todo cuando iba al campo por leña.

Mi madre se paraba muy temprano, de madrugada diría yo, y prendía su fogón donde ponía a hervir té de canela. Mientras el té hervía, tomaba un huevo de gallina criolla que ella misma criaba. En una jarra de barro rompía el huevo, batía y batía  con un molinillo de madera. luego le ponía chocolate y seguía batiendo. Ese aroma llegaba hasta mi cama. Cuando yo entraba a la cocina mi madre, poco a poco, le ponía el té al chocolate y sacaba una espuma riquísima.

Cuando me preguntaban porqué me había levantado yo decía que quería ir con mi papá, entonces me daban mi taza de chocolate espumoso con un pan. Terminando me subía a la carreta y nos íbamos  al llano por leña. La mayoría de los arbustos que ahí había eran nanches. También había otros arbustos, entre ellos uno que le llamaban brasil. Decían que era la mejor leña. Por cierto, con unas varitas de brasil mi hermana pintaba su agua de color rojo y en su juego nos decía que era agua de sandía.

Volviendo al campo, como dije, había muchos árboles de nanches y mi papá me dijo un día:

—Mira, quédate aquí. Vas recogiendo nanches y me alcanzas allá— me señaló más adelante, pero yo era muy miedosa y mi papá lo sabía, por eso me dijo:

—Te dejo a los perros— llevábamos dos, y me dejó allí.

Yo me sentía en medio de la nada en aquel inmenso desierto de unos cuantos arbolitos y a mi papá lo veía hasta allá con su hacha cortando leña. Eso sí, desde allá me gritaba:

—¡Recoge los nanches!—, pero yo pensaba “Si bajo la cabeza para recoger los nanches, mi papá va a desaparecer”. 

Con lágrimas en los ojos recogía unos pocos nanches y veía dónde estaba mi papá.

Eso hacía cuando, de pronto, empezaron a cantar unos pájaros,  pero eran cantos extraños. Dejé allí la cubeta y corrí azorada y con el corazón a punto de salirse de mi pecho. Llegué con mi papá que preocupado me preguntó qué me había pasado.

Llorando le conté  que unos animales hacían ruido y me asustaron. Mi papá me abrazó y secando mis lágrimas me dijo:

—Son las chachalacas que seguro están contando algún chisme. 

Ayudé a mi papá a pasarle leña para llenar la carreta. Él sólo me ayudó a recoger un poco de nanche, luego nos fuimos a casa.  Cuando mi papá le contó a mi mamá mi actitud, ella  dijo que no volvería a ir y que ya no iba a bailar, porque sin los nanches no tendría dinero para la ropa de los bailables. Pero como mi papá me quería mucho me seguía llevando. Aunque, a veces, sólo me despertaba para compartirme su chocolate especial. 

Noticias ¡Cerca de ti!

Conoce los servicios publicitarios que impulsarán tu marca a otro nivel.