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Denarios: El desencantador de perros | Primera de dos partes

Foto(s): Cortesía
Redacción

Por Rafael Alfonso

Jorge era un hombre amargado que, como buen hombre amargado, odiaba su trabajo. Este consistía en pasear perros ajenos por el parque. No le gustaban los perros, ni los dueños, ni los transeúntes. Sólo lo hacía por el dinero, que, a decir verdad, tampoco era mucho; pero, ¿qué se le va a hacer?; cuando alguien es aficionado al trago, precisa sacar para su vicio.

Este día, viernes, le tocó pasear a los tres perros de la señora Rivadeneira. Tan diferentes entre sí, pero compartiendo un temperamento nervioso y una educación lamentable: un gran danés, un bulldog y un chihuahua. Los tres eran bravos y desobedientes.

Jorge los sujetaba con dificultad, mientras los tres perros solían tirar de las correas en direcciones opuestas.

El gran danés se llamaba Rex, y era el más grande y fuerte de los tres. Le gustaba ladrar a todo lo que se movía, y a veces intentaba morder a otros perros o personas. 

El bulldog se llamaba Bruno, y era el más lento, glotón y baboso de los tres. Le gustaba olfatear y comer todo lo que encontraba en el suelo, y a veces soltaba unas flatulencias nauseabundas.

El chihuahua se llamaba Fifí, y era el más pequeño y nervioso de los tres. Todo el tiempo estaba temblando de frío, pero le gustaba correr y saltar, y a veces se escapaba de la correa y se metía en problemas.

Jorge, no estaba en el mejor de sus días; hizo changuitos para que la señora Rivadeneira no se percatara de su resaca y, en ese punto, corrió con suerte, no así con todo lo demás. Fue un día soleado y caluroso, tanto que sudaba incómodamente; a los diez minutos estaba harto de los perros, y sólo quería terminar el paseo cuanto antes. Sin embargo, aquella mañana, los canes decidieron que el paseo duraría más de lo normal.

Cada vez que el bueno de Jorge intentaba avanzar, los perros se detenían a hacer sus necesidades; sin quedar claro el porqué, les apuró deponer en más ocasiones de lo normal, deposiciones que debía levantar con las bolsitas que llevaba exprofeso para tal fin. Después de todo, era un profesional. Jorge lo hacía con parsimonia, podríamos decir que, incluso con elegancia, hasta que ocurrió algo que Jorge temía: las bolsitas se terminaron.

Por si fuera poco, justo a medio paseo, Rex se puso a ladrar a un gato que estaba en un árbol, y tiró de la correa con tanta fuerza, que Jorge perdió el equilibrio y fue a dar al suelo. La pequeña jauría le siguió ladrando escandalosamente. El gato saltó del árbol por el susto, cayendo sobre la cabeza del desencantador de perros. Después de arañar la cara del desdichado y arrancarle un grito de dolor, el gato salió corriendo, mientras los transeúntes se reían de la escena. El grito de una mujer sobresalió entre las risas.

—¡Debería ponerles bozales, o algo así! 

Jorge pensaba que esto había sido demasiado, pero su mal día apenas comenzaba.

(Continuará el sábado).

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