Pasar al contenido principal
x

Kendall Francois, el "gigante apestoso" y su vertedero de cadáveres

detenido
Foto(s): Cortesía
Redacción

Aquella noche, Diane cerró el trato con uno de los puteros habituales de la zona, conocido por su imponente corpulencia y mal olor y al que apodaban el ‘gigante apestoso’, para acudir a su casa y mantener relaciones sexuales. Al terminar, la meretriz le exigió el dinero acordado, pero, de improviso, el individuo le hizo un placaje con sus más de 150 kilos y empezó a estrangularla.

Diane se revolvió hasta zafarse y, tras implorar clemencia, acordó olvidar el incidente y que la llevase al punto de recogida. Cuando estaban a punto de llegar, la prostituta abrió la puerta del coche y salió huyendo. Su testimonio fue crucial para arrestar a Kendall Francois, el ‘asesino en serie de Poughkeepsie’, responsable de asesinar a ocho prostitutas y de enterrar sus cuerpos en el domicilio familiar como si de un vertedero de cadáveres se tratase.

Deportista y militar

Kendall Francois nació el 26 de julio de 1971 en Poughkeepsie, una ciudad de apenas 40.000 habitantes en el estado de Nueva York, en el seno de una familia normal. Apenas hay datos de la infancia o adolescencia de nuestro protagonista, salvo que los vecinos todavía recuerdan a Kendall como un niño bastante grande y víctima de las burlas por parte de sus compañeros debido a su imponente tamaño.

 

A los catorce años, Kendall medía 190 cm y pesaba casi 115 kilos, así que su carrera estudiantil siempre estuvo marcada por deportes como el fútbol americano y la lucha libre.

Tras su graduación y valiéndose de su corpulencia, el joven se alistó en el ejército y fue enviado a Fort Sill (Oklahoma) para su formación. Pero en 1994 lo apartaron del servicio (se desconocen los motivos) y el chico decidió regresar al hogar familiar en Poughkeepsie junto a sus padres y su hermana pequeña.

Los siguientes años, Kendall se especializó en Artes Liberales, que compaginaba con su trabajo como vigilante de pasillo en el Instituto Arlington.

Sin embargo, los estudiantes presentaron numerosas quejas contra el monitor ante la dirección del centro por su olor corporal, de ahí su apodo de Stinky (apestoso), y también por sus comentarios obscenos y bromas sexuales de lo más inapropiadas hacia ciertas alumnas mientras les tocaba el cabello.

Lo que nadie podía imaginar es que, durante el año que estuvo trabajando allí, entre 1996 y 1997, Kendall ya había iniciado su particular carrera como despiadado asesino en serie de prostitutas.

Ni siquiera su propia familia se había percatado de lo que pasaba: ni el olor a heces, ni siquiera la ropa interior sucia con desechos humanos levantaron sospecha alguna. Kendall siempre justificaba aquel insoportable hedor que emanaba de la casa aludiendo a una familia de mapaches muerta en el ático.

Las víctimas

El ‘asesino en serie de Poughkeepsie’, tal y como lo bautizaría la prensa al descubrirse sus crímenes, seleccionaba a sus víctimas de entre las prostitutas que trabajaban entre la Jewitt Avenue y la Main Street de la ciudad. Eso sí, todas compartían un físico similar: eran mujeres muy menudas, de raza blanca y de ojos claros, y tenían entre 25 y 50 años.

Una vez elegidas, Kendall acordaba con ellas una cantidad por el servicio sexual, las conducía hasta su casa y, al término de las relaciones íntimas, las estrangulaba y enterraba, o bien en el sótano o en el ático del inmueble.

Así fue cómo en el transcurso de un año, Poughkeepsie vio cómo ocho de sus ciudadanas desaparecen sin dejar rastro ante la impotencia de unas autoridades que se afanaban en localizarlas.

Wendy Meyers fue la primera víctima de Kendall, a la que mató el 24 de octubre de 1996, después llegaron Gina Barone, Catherine Marsh, que estaba embarazada en el momento de su muerte, Kathleen Hurley, Mary Healy Giaccone, Sandra Jean French, Audrey Pugliese y Catina Newmaster. Esta última fue asesinada el 25 de agosto de 1998.

Ante la cantidad de denuncias por desaparición interpuestas por los familiares de estas mujeres, la policía incrementó su presencia en las calles y elaboró un perfil sobre las víctimas dadas las sorprendentes similitudes entre ellas. Todas ellas ejercían la prostitución, vivían en Poughkeepsie o cerca de la ciudad, tenían una constitución física parecida, carecían de contacto con sus familiares y todas habían desaparecido.

La policía local llegó a la conclusión de que se enfrentaban a un asesino en serie y pidieron ayuda al FBI para trazar un perfil criminal. Sin embargo, sin escena del crimen y sin víctimas era prácticamente imposible llevarlo a cabo. “Durante dos años, estuvimos cazando un fantasma. Nadie sabía realmente qué les sucedió a estas mujeres. No teníamos escena del crimen, ni cuerpos, ni nada, hasta el día que arrestamos a Francois”, explicaba el exdetective y teniente William Siegrist.

La desaparición de Mary Healy Giaccone, en noviembre de 1997, propició que la policía comenzase a vigilar a Kendall, dada su vinculación con la ciudad y con las prostitutas a las que acudía asiduamente. De hecho, una agresión en tercer grado cometida contra una meretriz en enero de 1998 le llevó a prisión por quince días, pero ahí quedó todo. Pese a las sospechas que se cernían sobre él, la policía no tenía claro que Kendall fuese responsable de las extrañas desapariciones en Poughkeepsie.

La superviviente

A finales de verano de 1998 y después de asesinar y enterrar a sus tres últimas víctimas, Kendall intentó cometer un noveno crimen. Pero, en esta ocasión, la mujer, Diane Franco, logró escapar de sus garras y pedir ayuda.

La superviviente explicó a la dependienta de una gasolinera el aterrador episodio y esta advirtió a una patrulla que iba a repostar.

Cuando los agentes tomaron declaración a Diane, la mujer les relató lo ocurrido con detalles pormenorizados del agresor y del domicilio, y la invitaron a denunciarlo. Tras la denuncia, los policías acudieron a la casa de Kendall para llevárselo a la comisaría.

Lo que empezó como un reconocimiento de la agresión, terminó en una confesión de culpabilidad por ocho asesinatos. Acababan de encontrar al responsable de la desaparición de las ocho meretrices.

“Yo las maté”, afirmó Kendall tras pedir a la policía que le mostrasen las fotografías de las prostitutas desaparecidas.

A partir de ahí, el exmilitar relató minuciosamente los crímenes y señaló el domicilio familiar como el lugar donde se deshizo de los cadáveres.

Cuando la policía llegó a la vivienda, olía a putrefacción, el ático y el sótano estaban llenos de basura, además de cuerpos enterrados. La casa de los horrores se había convertido en un auténtico vertedero humano.

Mientras Kendall Francois fue acusado de ocho cargos de asesinato en primer grado y de un intento de asesinato en segundo grado, su familia sufrió el acoso de la prensa.

“Prácticamente lo hemos perdido todo, hemos sido desposeídos de nuestra casa y arrojados a la calle con solo la ropa que llevamos puesta”, dijeron a través de un comunicado, en el que pedían respeto y privacidad.

En febrero de 1998, poco antes del juicio, Kendall descubrió que había contraído el VIH de una de sus víctimas, lo que utilizó su defensa para ablandar al tribunal.

Así, el 11 de agosto de ese mismo año, el acusado fue condenado a cadena perpetua sin libertad condicional, pese a la petición de pena de muerte por parte de la fiscalía.

Desde entonces y hasta su muerte el 11 de septiembre de 2014 a causa de un cáncer, el asesino permaneció en el Centro Correccional de Attica donde Marguerite, la madre de Catherine Marsh, fue a visitarlo en 2008.

La mujer buscaba el arrepentimiento del asesino de su hija, pero no lo encontró. “Supongo que esa fue la parte más perturbadora de la visita. Esperaba que se disculpara”, dijo.

Aun así, Marguerite lo perdonó: “Jesús dijo: ‘Perdónalos porque no saben lo que hacen’, y tuve que aplicar eso a Kendall”.

Noticias ¡Cerca de ti!

Conoce los servicios publicitarios que impulsarán tu marca a otro nivel.