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Voto de silencio tras linchamiento

Foto(s): Cortesía
Redacción

Hasta las campanas suenan lúgubres. En Matatlán nadie vio nada, nadie fue testigo, todos son rumores.


“Yo no estuve, dicen que la gente lo quemó, pero yo no estuve”, dice una mujer sin mirar a los ojos que contesta en medio del asfalto quemante del mediodía. La comunidad firmó un pacto tácito para hacer un voto de silencio.


El hermetismo es total en esta población zapoteca en donde hace dos días una turba enardecida, capturó, linchó y prendió fuego a un sujeto que acusaron de ser un delincuente, por un supuesto, sólo por un supuesto.


“Pues yo llegué después de las 11:30 de la noche, ya había mucha gente, como unas 500 personas”, explica un hombre temeroso por las posibles consecuencias de violar el silencio cómplice. La gente pasa, de reojo miran y balbucean. El ambiente es tenso, se respira desconfianza en todo aquel que no sea del pueblo.


De la iglesia sale una procesión, son los 40 días de un difunto. Media hora después, la música de una banda de viento se acerca, escolta a dos novios hasta el altar. Es sábado, tres días después de las tropelías de la turba iracunda, el pueblo trata de recuperar su vida cotidiana, como si nada hubiera pasado.


Un vecino alertó del supuesto delincuente que acababa de ingresar a su domicilio para saquearlo, intentó huir pero fue en vano. Al poco rato llegaron los cholos. Le asestaron golpes secos directo al cuerpo, al rostro. “El ratero cae, no habla, le ponen un lazo en el cuello, cual animal directo al rastro”, dice el mismo hombre que no esconde su nerviosismo, habla a prisa, como para despresurizar su pecho henchido.
La secuencia continúa. En paralelo, otro grupo de personas corre a la iglesia. Tocan las campanas, son las diez y media de la noche del jueves, detuvieron a un ratero, le achacan al menos diez robos ocurridos en los últimos días, pero sólo son especulaciones que se convierten en verdades irrefutables en el preámbulo de su muerte.


Todos vieron, todos saben, el chisme del pueblo que se masculla en los rincones, pero nadie fue testigo.


Lo esposaron debajo del palacio. Un par de fotos quedan como constancia de aquella noche, en las imágenes se observa el rostro aterrorizado de un hombre ensangrentado.Implora que no sigan. La turba o arrastra al adoquinado del parque. Continua continúan los golpes.
Cuatro horas después se consumó el linchamiento. Un línea de sangre sobre un recta de 200 metros de una de las calles al costado de la iglesia conduce hasta el lugar donde fue calcinado. Lo empaparon con gasolina y lo sepultaron con neumáticos, la hogera ardió al lado de río en el puente, acaba de narrar uno de los matatecos que vio todo pero no fue testigo de nada pues un incómodo vacío se sierne sobre la capital mezcalera que se sumergió en la paradoja de la justicia.

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