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Cómo leer a Salvador Elizondo

Foto(s): Cortesía
Redacción

CIUDAD DE MÉXICO.- "Tomen un libro de Salvador Elizondo, acomódense en un buen sillón y dispónganse a carcajearse con temas malditos", sugiere el crítico literario Fernando García Ramírez. Celebra el humor negro, potente, del escritor fallecido hace una década.


"Sacaba de la sombra sus temas centrales: el infierno, el mal, la muerte. Porque en lo oscuro las carcajadas resuenan con mayor fuerza".


La obra de Elizondo, enigmática, compleja, entraña dificultades, pero sus lectores garantizan la recompensa. No hay que temerle ni pensar que se trata de un clásico, sino verlo como un experimentalista, propone el escritor Pedro Ángel Palou. Sus historias, el estilo, acabarán por ejercer su hechizo.


"Yo esperaría, después de leer Elsinore o Camera lucida, para entrar a Farabeuf", plantea. "Pero estoy seguro de que el Dr. Farabeuf será una de las experiencias más indelebles en el alma de cualquier lector. Sin miedo hay que ir poco a poco 'inoculándose' a Elizondo. Después no hay vuelta atrás".


Para empezar su lectura, Palou recomienda los relatos de Narda o el verano. García Ramírez no tiene dudas: hay que comenzar por Farabeuf, su obra mayor. "Uno entra a una casa por la puerta principal", explica, "no por la cocina o las ventanas". Es una novela que reúne misterio, erotismo, violencia y, sobre todo: "una prosa exacta que narra situaciones fascinantes".


Si les parece monstruosa, alerta, es que no están hechos para el universo elizondeano. "Tocarán la puerta principal, pero nadie acudirá a su llamado".


Como una prueba de iniciación, el crítico literario Armando González Torres sugiere adentrarse en Elizondo por El hipogeo secreto o Farabeuf, obras que considera anticonvencionales y retadoras, hasta terminar con su narración más límpida y anecdótica: Elsinore.


"El lector que busca en la escritura el simple entretenimiento, la denuncia política o la historia novelada, no debe perder su tiempo con Elizondo, cuya obra es un manifiesto permanente de afán de pureza, exigencia intelectual y búsqueda de perfección artística", señala. 


El poeta y ensayista Adolfo Castañón aconseja iniciar esta travesía literaria con Elsinore, que define como una "piedra galvanizada por el mercurocromo de la saudade". "Es quizá a la literatura mexicana lo que El guardián entre el centeno (de Salinger) a la usamericana".


La elección del escritor zacatecano Gonzalo Lizardo es una antología elaborada por el propio Elizondo: La luz que regresa (FCE, 1985). "Mi recomendación al lector sería que se dispusiera a emprender un viaje muy arduo", previene. "Leer a Elizondo no es como pasear por la tarde en el jardín, sino como atravesar un laberinto a media luz, sin más guía que la inteligencia y la imaginación. Es ideal para quienes tienen apetito de misterios metafísicos".


Se trata de un autor que desconcierta al lector con sus transgresiones lógicas y morales, tiende a la abstracción y el experimento verbal, y exige su atención, precisa González Torres. "A cambio se obtiene la proximidad con una de las inteligencias artísticas más completas de su siglo, llena de revelaciones intelectuales, resoluciones estéticas inusitadas y un exquisito y nostálgico sentido del humor".


Castañón sugiere al lector acercarse a Elizondo con ropa cómoda, en un lugar silencioso y armado de lápiz y tarjetas por si requiere anotar algún pensamiento o dibujo inspirado por la obra. "Leer lentamente el texto y, eventualmente, releer algún párrafo". El propósito de este montaje sería, dice, que se sienta parte de la novela. ¿La recompensa? "El recuerdo de esa lectura".

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