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La carta que ya no existe: Lecturas para la vida

Foto(s): Cortesía
Redacción

Por Mónica Ortiz Sampablo

¿Te imaginas un sábado caminando por el zócalo de la ciudad y al momento de tomar un descanso sentir la presencia de alguien que amablemente te ofrece sus servicios que consisten en escribir una carta de amor para tu amado o amada? Ahora trata de pensar en que tu relación no atraviesa precisamente el mejor momento y lo que quieres es justamente decirle a esa persona dos o tres verdades que no has logrado encarar de la mejor forma. La persona que señala hacia el laurel te muestra que su máquina de escribir está ansiosa por llevar a cabo tal misión, pues no solo se dedica a escribir las frases más melosas capaces de hacer caer a cualquier incauto, sino de sus teclas surgen las cartas más potentes de dolor, de despecho, de indignación.

Pues bien, en 1880 existió un taller, propiedad del señor Antonio Vanegas Arrollo, quien además de editar textos informativos, musicales, políticos y literarios, contaba con una serie de cuadernillos muy peculiares que contenían una suerte de fórmulas pensadas para las diferentes etapas de una relación. De esta forma, quien se acercaba a estos cuadernillos podía disponer de las que mejor quedaran para su personal situación. Lo interesante del asunto es que quienes realizaban las fórmulas no necesariamente habían vivido numerosos encuentros amorosos, simplemente se los imaginaban y de ahí tomaban suficiente material para sus fórmulas. Algunas contenían palabras de amor, o formas de iniciar el contacto, para rechazar pretendientes, o para expresar el deseo de terminar la relación. Cabe destacar que en estos pliegos también se podían encontrar consejos para elegir una pareja, códigos de expresión, palabras a usar e incluso gestos.

Compartiré unas líneas que llamaron mi atención: “Declaración a una señorita a la que se le vio por primera vez en un baile. Señorita: ¿Quién puede contemplar tantos encantos sin desear prestarles adoración? Desde que una feliz causalidad hizo que nos reuniéramos en el baile, el talento y gracia de usted ocupa sin cesar mi corazón y mi pensamiento”.

Luego de enterarme de la existencia de este manual, me vino a la mente cómo se realizaría hoy una labor similar, qué cosas dirían estos pliegos, y pienso en la juventud entregada a las letras reguetoneras; quizá están cumpliendo su función.

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