Pasar al contenido principal
x

Miscelanea: Días de Juárez

Foto(s): Cortesía
Redacción

- 1 –

Aquella mañana, el niño Pablo Benito procuraba que el rebaño de su tío Bernardino paciera sin sobresaltos. La paz bucólica de las montañas, le permitía imaginar otras geografías, allende San Pablo Guelatao, donde se hablaran otras lenguas y fuera posible estudiar artes diversas. Sus abstracciones fueron interrumpidas por las voces de grupo de arrieros que atinaron a pasar por el poblado, a quienes hizo preguntas sobre la cercana Antequera.

Al terminar aquella plática, el pequeño pastor advirtió que le faltaba una oveja; su amigo Apolonio confirmó que los extraños habían robado el animal. Abatido y con el “afán de llegar a ser algo”, emprendió el camino a Huaxyacac.

Al llegar la noche de aquel día, el niño zapoteca de doce años de edad había caminado 14 leguas, setenta kilómetros que lo alejaron para siempre de su infancia. Al entrar a la ciudad, tomó “la calle llamada entonces de Santa Lucía (hoy, Avenida Independencia) y preguntando llegó cerca del Convento de La Merced, donde encontró la casa de don Antonio Maza en la que su hermana María Josefa prestaba servicios de confianza. (…) Al día siguiente, 18 de diciembre, fiesta de la gran fiesta Titular de La Soledad, María Josefa le encontró trabajo en la Casa de la Grana, que es la misma que se halla al frente del actual Hotel Francia de la ciudad de Oaxaca, para mover bultos, ganando dos reales diarios para comer y vestir”, escribió don Genaro V. Vázquez.

En la alta serranía quedó para siempre el niño Pablo Benito; aquel día, comenzaba a crecer el que fuera el estadista don Benito Juárez García.

Fue un miércoles 17 de diciembre de 1818.

- 2 -

A bordo de un austero carruaje, el Presidente recorrió más de dos mil kilómetros durante cuatro años de andar a salto de mata, sin perder nunca la dignidad, ni el orgullo liberal y mantener inalterable “la férrea decisión de sostener a la República”.

Vencedor de la Guerra de Reforma, del Partido Liberal, del ejército más poderoso del mundo y de los defensores del imperio de Maximiliano, el señor Juárez, al frente de doce mil soldados, entró victorioso a Palacio Nacional después de cuatro años de andar por los polvosos caminos de la Patria.

Ahora venía de San Luis Potosí, última sede oficial de su gobierno errante, donde se entera de la derrota definitiva del ejército invasor. Allí recibe a Concepción Lombardo de Miramón y a la princesa Salm Salm que le suplicaron perdonara la vida a Maximiliano y Miramón.

En Tlalnepantla, lo recibió el jefe militar de la ciudad, su paisano el general Porfirio Díaz, al que saludó con un escueto movimiento de cabeza. Quizás fue el último encuentro formal entre el guerrero y el gran estadista.  Cuenta Paco Ignacio Taibo, en Patria: “Si Díaz esperaba ser invitado por el presidente a entrar en su coche a la capital, Juárez recibió con frialdad su saludo y continuó solo en el carruaje. De alguna manera le estaba cobrando su demora en auxiliar a Escobedo en Querétaro y en tomar la capital”.

El maestro José Emilio Pacheco, en su columna Inventario del 27 de octubre de 1980, consigna: “En Tlalnepantla, a los treinta y seis años, murió el joven Díaz, el inmaculado guerrillero chinaco, y comenzó a nacer don Porfirio”.

El presidente ingresó a la Ciudad de México, desde Chapultepec. Atravesó la Puerta de Belén y recorrió el Paseo de Bucareli, “entre una plebe zumbadora y turbulenta”, según El Nigromante.

Sencillo y digno, como siempre lo fue, reconoció que con los humildes y la extraordinaria generación de la Reforma, habían alcanzado la segunda transformación de México; lo expresó en un breve discurso: “Hemos alcanzado el mayor bien que podíamos desear, siendo consumada por segunda vez la independencia de nuestra Patria”. 

Una vez instalado en las oficinas del Palacio Nacional -es digno mencionar que Porfirio Díaz no izó la bandera allí, para que lo hiciera el presidente-, Juárez redactó un manifiesto que lanzó a la Nación: “Mexicanos: El Gobierno nacional vuelve hoy a establecer su residencia en la ciudad de México, de la que salió hace cuatro años. Llevó entonces la resolución de no abandonar jamás el cumplimiento de sus deberes, tanto más sagrados, cuanto mayor era el conflicto de la nación. Fue con la segura confianza de que el pueblo mexicano lucharía sin cesar contra la inicua invasión extranjera, en defensa de sus derechos y de su libertad. En nombre de la patria agradecida, tributo del más alto reconocimiento a los buenos mexicanos que la han defendido.

(… )Mexicanos: Hemos alcanzado el mayor bien que podíamos desear, viendo consumada por segunda vez la independencia de nuestra patria. Cooperemos todos para poder legarla a nuestros hijos en camino de prosperidad, amando y sosteniendo siempre nuestra independencia y nuestra libertad”.

Y resumió su pensamiento humanista y liberal, en una frase que nos legó para siempre: “Entre los individuos como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz”.

Fue el lunes 15 de julio de 1867.

- 3 -

La muerte de su compañera de vida, exilios y anhelos, la también oaxaqueña doña Margarita Maza Parada, ocurrida el 2 de enero de 1871, debilitó la fortaleza física y espiritual del Benemérito. En marzo y julio de 1872 superó dos ataques al corazón; todavía el 16 de julio de ese año, ordenó de su puño y letra, un magro menú para la comida y la cena, compuesto por tallarines, huevos fritos, arroz, salsa picante, frijoles, fruta y media copa de Jerez. A las nueve de la noche, una copa chica de rompope.

En la tarde, dolorido y a las puertas de la muerte, recibió al ministro de Relaciones Exteriores y al general Alatorre. El diario El Federalista, narró los últimos momentos del prócer:

“Poco antes de las once, el Presidente llamó a un criado a quien quería mucho, llamado Camilo, oriundo de la Sierra de Ixtlán, y le dijo que le comprimiera con la mano el lugar donde sentía un intenso dolor. Obedeció el buen hombre, pero no podía contener sus lágrimas. (…) Momentos antes de morir estaba sentado tranquilamente en su cama; a las once y veinticinco minutos se recostó sobre el lado izquierdo, descansó su cabeza sobre su mano, no volvió a hacer movimiento alguno y a las once y media en punto, sin agonía, sin padecimiento aparente, exhaló el último suspiro”.

El doctor Ignacio Alvarado, que “era juarista y años atrás había dejado de ejercer en su consultorio privado y suspendido sus clases en la Escuela de Medicina, para acompañar a Benito Juárez en su peregrinación por el país” (Guillermo Fajardo / Alberto Salazar), dijo esta sola palabra: ¡Acabó!

Aquella noche, el alma grande del Patricio se alojó en la gloria y su memoria quedó como legado de honradez y patriotismo.

Fue el jueves 18 de julio de 1872.

Noticias ¡Cerca de ti!

Conoce los servicios publicitarios que impulsarán tu marca a otro nivel.