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Amor idílico: Denarios

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Foto(s): Cortesía
Redacción

Por Javier Sarmiento Jarquín

Nací en el barrio de La Merced allá por el año de 1949 y, por lo tanto, estudié el preescolar en el jardín de niños “Leona Vicario”, situado en la calle de Hidalgo. Sin embargo, al mudarse mi familia al barrio de La Noria, a mis padres se les hacía muy lejos llevarme al jardín de niños. Debido a esto, aunque no tenía la edad, me inscribieron junto con mis hermanas en la Escuela Primaria “Porfirio Díaz Mori” que comenzó a funcionar en el casco de lo que fue la hacienda de Don Porfirio.

La escuela se situaba en la esquina de la calle de Xicoténcatl y la Carbonera; era una casona abandonada con paredes de adobe; tenía cuartos que fueron acondicionados como salones de clase con un patio grande; en medio de este había enseres de labranza como un viejo tractor y arados. Estudié  allí hasta el segundo grado. Mis padres hicieron amistad con los profesores Donaciano Moreno y María Teresa Tello a quienes cambiaron a la escuela “Morelos” situada en la calle de Crespo. Por dicha amistad, mis padres nos cambiaron a mis hermanas y a mí para aquella escuela, a pesar de lo mucho que debíamos caminar, pues en ese tiempo no había medio de transporte urbano que nos llevara. A mí me inscribieron en tercer grado.

El ciclo escolar iniciaba en el mes de enero; muy emocionado, llegué a mi primer día de clases vestido con el traje de charro que me regalaron los Reyes Magos. Cuál sería mi sorpresa al conocer a  mi maestra, una joven, a mi parecer, muy hermosa. Me enamoré a primera vista, siempre era puntual para ingresar al salón y así sentarme en la primera fila y extasiarme con su presencia. Soñaba con llevarle serenata montado en mi brioso caballo de madera. Para llamar su atención, acepté que me enseñara a tejer con un gancho en la hora de manualidades. A petición suya me hice un chaleco de estambre rojo, el cual expuse al finalizar el ciclo escolar. Siempre la esperaba a la salida de la escuela para verla partir.

Pero no todo era color de rosa; hacía muchos corajes “entripados” cuando la veía platicar con el joven maestro de cuarto grado, durante el recreo. Sentía celos al verla sonreírle y pensaba: “¡Cómo no cambian al maestro a otra escuela! Eso me daría mucho gusto”. Lo pensaba aún más cuando empezaron a irse juntos después de clases. Se comentaba entre los otros maestros, que ya eran novios.

Una mañana, sucedió lo inesperado; durante el recreo llegaron los agentes de la policía “secreta” y ante el asombro de maestros y alumnos se llevaron detenido al joven maestro acusándolo de ser “comunista”. Me asusté mucho cuando los vi bajar por las escalinatas, solo alcancé a ver cómo lo subían a un coche. Por aquellos tiempos, por toda la ciudad había panfletos que pegaban en las puertas de las casas y que decían “Catolicismo SÍ comunismo NO“ o “Cristianismo SÍ, Comunismo NO” y “Viva Cristo Rey”, Los maestros no hacían comentarios delante de los alumnos, pero en algún momento llegué a escuchar que la maestra visitaba a su novio en la cárcel.

Llegó después el fin de año y por lo tanto, las vacaciones. Al comenzar el siguiente ciclo escolar, me sorprendió no ver a mi maestra; el director nos informó que había pedido su cambio a otra escuela. Nunca más supe qué fue de esta pareja de maestros, Imelda y Samuel, que así se llamaban.

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