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Fallece Anselmo Arellanes Meixueiro, notable historiador de Oaxaca

Foto(s): Cortesía
Carina Pérez García

Una pérdida lamentable en el ámbito cultural e intelectual para Oaxaca significó la muerte del maestro Anselmo Arellanes Meixueiro. Francisco Toledo sintió la pérdida de uno de los ex miembros del Patronato Pro Defensa y Conservación del Patrimonio Cultural y Natural de Oaxaca.


La Secretaria de las Culturas y Artes de Oaxaca, Ana Vásquez Colmenares calificó de lamentable esta pérdida. Arellanes nació en Oaxaca en 1940. Fue profesor a nivel primaria, cursó estudios de economía y formó parte de la plantilla de catedráticos del Instituto Tecnológico.


Su temática de investigación se centraba en cuestiones agrarias y agrícolas, y la reivindicación de la cultura hispana en Estados Unidos. Arellanes se destacó como escritor, historiador y economista. Fue socio de la Asociación Mexicana de Historia Económica


Dentro de sus obras se destacan Oaxaca: historia y geografía. Tercer grado, realizado para la Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuito de la SEP, La Tierra Amarilla: The People of the Chama Valley; Las Vegas Grandes on the Gallinas, Los Pobladores nuevo mexicanos y su poesía, 1889-1950, Juárez antes de ser presidente: complemento a la vida política del gran ciudadano, entre otros.


Ana Vásquez Colmenares extendió su pésame a la familia del catedrático y anunció que próximamente se le rendirá un sentido homenaje por sus aportaciones a la cultura de Oaxaca.


Adiós, “Chemo”


Impecable, de traje obscuro y sin bigote, ha dejado de parecerse a Günter Grass, el alemán Nobel de Literatura. El semblante, blanco y limpio, sin arrugas, no refleja los 77 años que acaban de terminar. Tendido en su cama, escucha a Tuti, su esposa, y a sus tres hijas que hoy lo recuerdan en los últimos pasajes de su vida, pasados por un añejo mal que soportó estoicamente y en silencio.


En todos los pasajes aparece como magnífico historiador, inquieto sindicalista, investigador notable, maestro con entrega, crítico con la pluma, entrañable amigo, y padre bondadoso y afectivo.


Dicen que un hombre debe tener un hijo, plantar un árbol y escribir un libro. Esto lo cumplió “Chemo”, y con creces: tuvo tres hermosas hijas: Nimcy, Yeya y “La Beba”; escribió varios libros, y el jardín de su casa en la calle de Arteaga, lo decoró con árboles y flores con buen gusto al lado de los suyos.


En la velación especial, se engarzan las anécdotas de tan singular historiador —de cuyas obras sus pares seguramente habrán de ocuparse—: la fecha de su boda, la construcción de esta casa —cálida y abierta siempre a todos sus amigos—, el nacimiento de sus tres tesoros y ese don de gentes que destilaba como segunda piel, además de su plática siempre jovial e inteligente.


A los pies de la cama, dos cirios lloran la cera mientras escoltan a sendos ramos de azucenas y de rosas rojas. “Mosho” y “Alejo”, que mueven la cola, inquietos, irrumpen en la recámara como queriendo escuchar a su amo inerte en el lecho. “Tuti” recuerda las lágrimas del finado cuando murió de cáncer el perro consentido de Anselmo, “Pingo”.


Es noche de martes, y “esta tarde hasta el cielo lloró”, dice Juanita, ahijada del difunto, con los ojos rojos de tanto llorar, y por la ventana entra una corriente de nostalgia y de melancolía.


Horas más tarde, en una agencia funeraria, a través del cristal del ataúd, “Chemo” luce la galanura y los lentes le dan un aire de un auténtico y verdadero intelectual. Su inhumación tendrá lugar hoy, a las 10 horas, en el Panteón General. Descansa en paz, “Chemo” querido.

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