Antía Alfonso
Desde su nacimiento, Thea ha sido una dama: lo demuestran las sonrisas que regala a los extraños, su forma de hacer reverencias y los vestidos que nunca ensucia. Es hija única, y mientras su madre profesa un ferviente orgullo por los modales de la niña, su padre siente un profundo temor hacia ella a medida que crece. Es comprensible, su aparente perfección es preocupante, o más bien la forma en que la pequeña la asume: despreciando a los niños del barrio, haciendo trampa en los juegos, gastando bromas horribles de las que siempre sale impune.
En el cuento "La perfecta señorita", de 1974, la escritora Patricia Highsmith presenta un personaje femenino inusitado para la época: la niña con rasgos de femme fatal que combina la belleza con la crueldad y la ternura con la manipulación. No es de extrañar tomando en cuenta que el libro del que se desprende el relato, Pequeños cuentos misóginos, es una antología en la que la autora se apropia de los estereotipos de la mujer y los lleva al absurdo, trastocando el rígido ideario de lo femenino. Thea es el mejor ejemplo. Oculta sus rasgos psicopáticos entre el almidón de su ropa, adopta la feminidad no como una debilidad sino como un escudo; una máscara bajo la cual esconder sus deseos de ver arder el mundo.
Highsmith en ningún momento expresa que las acciones de su personaje están bien o mal. En ningún momento busca aleccionar o señalar moraleja alguna. Para ella es más importante contar una historia ágil que explicar detalladamente el razonamiento bajo el cual actúa Thea, lo cual no le resta profundidad alguna al cuento. Este mundo ficticio gira a su alrededor y ella se sabe reina, no hay nada que no posea o que no pueda conquistar. Incluso ante los ojos del lector sigue siendo la perfecta señorita, aquella que porta su sonrisa como el aura de divinidad que la protege.
