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Lecturas para la vida: Mi primer libro

Foto(s): Cortesía
Redacción

Por Rafael Alfonso

Aquel que siempre he considerado mi primer libro es un libro de Sergio Pitol. Tendría yo unos diez años cuando, en uno de sus viajes a la Ciudad de México, le encargué a mi padre que me comprara un libro, y me trajo "La isla del tesoro" en la colección Sepan cuántos de Editorial Porrúa. Cierto, la novela fue escrita por R. L. Stevenson, pero llamo a este volumen “un libro de Sergio Pitol”, porque el prólogo, lleno de erudición, fue obra del autor mexicano.

No mentiré, no leí el libro (en aquel momento), y mucho menos el prólogo. Para un niño de 11 años, las dobles columnas en letras chiquitas son verdaderamente complicadas, pero a cambio, me hice de una imagen muy clara, aunque no muy fidedigna del escritor poblano. Sergio Pitol, en mi imaginario, vestía mallas, calzones cortos, una chaqueta con faldones y una peluca de rizos, es decir, hice que su imagen correspondiera a la de alguno de los personajes de la novela.

Este anacronismo creó en mí un rechazo irracional a leer cualquiera cosa que llevara su nombre; debí llegar a la edad adulta, para leer parte de su obra. Hallé entonces a un autor elegante, imaginativo, cosmopolita y dueño de un fino sentido del humor.

Al estudiar formalmente la carrera de Literatura, tuve noticias de su excepcional erudición, de su poliglotismo y de su relevancia como autor mexicano, acreedor a distinciones tan honrosas como el Premio Cervantes.

Pasados los años, guardo en mi memoria otra imagen: camino al lado de una fuente en la Alameda de León, en Oaxaca. Estoy a punto de chocar de frente con un hombre entrado en años que viste impecablemente. Nos detenemos el uno frente al otro y hacemos ese baile incómodo de “Pase”. “No, no. Pase usted primero”. “No, por favor. Primero usted”. Y entonces lo identifico: ¡Es Sergio Pitol! y balbuceo un “Maestro…”. Él me sonríe y menea la cabeza asintiendo sin emitir palabra alguna y finalmente toma rumbo hacia el sanitario instalado por la FILO. Era un señor simpático después de todo, y no usaba peluca.

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