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Lecturas para la vida: Librín, el cuentacuentos mágico

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Foto(s): Cortesía
Redacción

Francisco C. Ortega González

Cuando Librín nació, era un pequeño y delgado libro con pastas doradas y apenas unas cuantas páginas, decorado con bellas estampas multicolores en su interior y apenas unas cuantas letras grandes. Su portada decía: “Para niños pequeños”.

Un día llegó como regalo de cumpleaños a la casa de una niña, quien jugaba todo el día con él, lo llevaba a todos lados, lo hojeaba, le contaba sus cosas, imaginaba historias y Librín mostraba con orgullo su cuerpo y sus estampas. Ambos fueron felices por mucho tiempo.

Pero la niña creció, tuvo otros juguetes y otros libros, y Librín fue a parar a un estante lleno de libros. Y ahí pasaba el tiempo, triste, aburrido, empolvado, lamentando su suerte y quejándose con sus compañeros quienes le decían: “resígnate, es el destino de nosotros los libros, morir olvidados en un baúl, en un desván, en un rincón o librero cualquiera, o quizá darle vida a una hoguera o a cualquier fuego”. Pero Librín no se resignaba; ¿por qué? se preguntaba, si yo aún puedo enseñar, divertir y entretener a tanta gente.

Esto llegó a oídos del Gran Hacedor de Libros y comprendió que Librín tenía razón, así que le dio un toque mágico y un día Librín pasó a manos de otros niños y de otros y de muchos más. Lo llevaron de paseo por pueblos y ciudades, a acampar en el bosque, a dormir en el suelo, a una cabaña. Frecuentemente sirvió de almohada, subió cerros y montañas, conoció playas, cruzó ríos y mares, supo de noches oscuras y brillantes, de lunas plateadas y cielos estrellados, de días soleados y días helados, tardes apacibles, serenas y otras borrascosas, de noches tormentosas y días con nevadas, pasó fríos y calores extremos.

Continuará el próximo lunes.

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