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Denarios: Nazaria 

pajaro-ave-arbol
Foto(s): Cortesía
Redacción

Por Filiberto Santiago Rodríguez

Como las olas rendidas ante la costa, el espíritu resistente de Nazaria finalmente cedió ante Miguel, brotando una nueva vida en su vientre. Al enterarse Miguel, hizo un gesto de fastidio y alzó la cara al cielo invisible. Su boca escupió una sonrisa dulzona y le juró apoyarla para que el niño naciera lo mejor posible, pero a partir de ese día, sus bolsillos cambiaron dinero por alcohol. Nazaria le reclamó su comportamiento, corriéndolo un día de la vivienda.

Cuando descubrió que su madre lo apoyaba le dijo:

─ ¿Por qué lo dejas entrar a la casa, mamá?

─ Es el padre de tu hijo, no lo olvides.

─ ¡No lo olvido! pero un padre borracho de nada me sirve, ni a mí ni a mi hijo.

─ Él es un buen muchacho, si toma, es porque no lo quieres.

─ ¡Ahora resulta que yo tengo la culpa!

El ginecólogo le dijo que su Ángel ─así había decidido llamarlo─ venía con una malformación congénita, el médico le planteó la posibilidad de abortarlo sin que hubiera ningún riesgo para la madre. Sin embargo, ella se negó y nueve meses más tarde llegó el bebé, tan solo con una sonrisa diferente.

Por llevar al niño a sus terapias de lenguaje, renunció a su trabajo. Así, en un hogar sucio, repleto de necesidades, donde el hambre reina, Nazaria vende en su casa ropa, juguetes y zapatos usados que algunas personas le regalan. En ocasiones, cambia su mercancía por un poco de azúcar o de café; pero poco le

importan las miserias de esta tierra si tiene a su Ángel acompañándola. Las cartas de su padre seguían llegando puntualmente cada quince días. Le molestaba que su madre siempre estuviera junto a ella, preguntando ansiosa por el contenido del sobre. En esos momentos hubiera querido un poco de intimidad.

“Nazaria”, iniciaba la carta, “la ausencia de no ver a mi familia se me clava como una espina. Extraño tus ojos que acarician como las flores. Lamento haberte lastimado, sobre todo haber caído en la tentación de acariciar a alguien que no era tu madre. Después de este error, solo me queda pedirles perdón por las cosas tan horribles que les dije”.

─ ¡Mira nada más al inocentito! Todos los hombres son iguales de mentirosos,

como el papá de tu nieto.

─ ¡Y dale con lo mismo! ─ respondió su madre─ ya te lo he dicho, mi yerno se fue porque nunca lo quisiste.

Ahora ya nadie habla de los hombres de la familia, pero una mano arrugada por los años esconde en un lugar seguro dos cajas viejas de zapatos. Una contiene cartas con dinero del papá y la otra, monedas y billetes que le envía Miguel. Esa misma mano abre la puerta trasera para que en medio de la noche entre una sombra a ver a su hijo, en espera a que algún día pueda abrirles las puertas del perdón.

Una noche de insomnio, Nazaria se sentó en la ventana de su cuarto con el pelo revuelto. Miró a su hijo y con la garganta anudada le dijo: “Siento que te estoy castigando, cuando tú no tienes culpa alguna. No mereces ser huérfano de padre ni de abuelo”. De pronto se estremeció, al fondo del patio se encontraba un cuervo bañado por la luz argentada de la luna. Tenía los ojos alumbrados por el infierno.

Se quedó un momento mirando a Nazaria y después emprendió el vuelo en forma de una sombra maldita.

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