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Denarios: La mujer poseída

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Foto(s): Cortesía
Redacción

Por Sebastiana Gómez

La curandera, quien había caído en trance, le preguntó al espíritu si podía decir quién era y qué quería. Después de unos movimientos extraños, de inhalar exhalar varias veces, éste respondió por boca de Delfina.

—Mi nombre es Manuel. Yo venía de Guatemala. Me subí con otros en un tren, de noche, para que no nos vieran. Pasamos un pueblo con mucha luz, todos íbamos despiertos y contentos porque el camino estaba tranquilo. De noche me ganó el sueño por un momento; eso bastó para caerme y quedarme a la orilla de la vía. No sé qué tiempo había pasado cuando llegaron unas personas, me levantaron; yo les hablaba, pero ellos no me escuchaban. Quería preguntarles dónde me llevaban, que yo estaba bien. Lloraba —siguió diciendo— levantaron mi cuerpo y lo dejaron caer en una zanja. Por eso estoy aquí en busca de ayuda. 

La curandera le preguntó qué quería, si tenía algún pendiente. Él les dijo: 

—Estoy preocupado por mi madre. Ella consiguió dinero para que yo pudiera venir, pero el dinero quedó dentro de un calcetín que traía puesto. Quiero que se lo devuelvan a mi madre para que yo esté en paz. Junto al dinero está el nombre de ella

. La curandera, que tenía el espíritu del santo, le dijo: 

—Eso demuestra que eres buen hijo. Se va a hacer lo que pides. Ahora, abandona el cuerpo de esta señora que tomaste para decirnos tu petición.

Entre limpias de ramas, loción y copal despidieron al espíritu atribulado de Manuel. A la Chamana mayor también le hicieron oraciones para que su "espíritu" volviera a su cuerpo. Después del trabajo que le hicieron, Delfina cayó en un sueño profundo, despertando al día siguiente como si nada hubiera pasado. Matías se comprometió a cumplir la petición de Manuel. Acompañados por la curandera visitaron los pueblos cercanos en busca del cuerpo.

A treinta kilómetros de las Araucarias hay otra estación; ahí supieron que una persona había caído del tren, pero que ya lo habían enterrado. Con el permiso del municipio y con la curandera y los policías como testigos, abrieron la fosa para sacar el cuerpo, tenía puesto solo un tenis. Por suerte ahí estaba el dinero y un papel borroso que decía: Teresa de Jesús, San Antonio Huista.

Después de tomar el papel y el dinero devolvieron el cadáver a la tumba y encendieron una veladora, después de todas las oraciones por el eterno descanso de Manuel. Días después, Matías y su familia se fueron a Guatemala. Preguntando, llegaron a San Antonio Huista, buscando a la señora Teresa de Jesús, como única referencia, mamá de Manuel.

Con un poco de trabajo dieron con la casa de doña Teresa. Ella los recibió emocionada cuando le dijeron que iban de parte de Manuel. Cuando vieron la alegría de la señora, a ellos se les llenaron los ojos de lágrimas; al darse cuenta, doña Teresa cambió su alegría por llanto. Delfina la abrazó con ternura y ella preguntó:

—¿Perdí a mi hijo? 

Matías contestó que lo sentía mucho, pero que así era. También le contaron lo que tuvieron que pasar para enterarse dónde estaba enterrado. Ella les agradeció lo que habían hecho y dijo que le dolía mucho no poder ir por él; su situación económica no se lo permitía, pero que estaba agradecida con Dios por haberse enterado dónde estaba. Después de escucharla, le hicieron entrega del encargo de Manuel, cumpliendo así la promesa contraída.

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