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Doctor Lector

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Foto(s): Cortesía
Giovanna Martínez

Primera de dos partes

Empezaron como un grupo pequeño, no tenían uniforme ni nada que los distinguiera; eran mujeres y hombres misteriosos con un fin común: recorrer muchos caminos de los pueblos y ciudades.

La gente los observaba con desconfianza; a veces les abrían las puertas de sus casas y otras se las azotaban en la nariz. La experiencia les fue enseñando que solo curan los brujos, curanderos, sopladores, chamanes y hueseros. Arrugan la frente, balbucean y los ven irse con sus libros, a sus juntas clandestinas de martes por la noche. No les gustan esos doctores, armados con sus libros de poesía y cuentos que les han ayudado a transformarse en doctores lectores y escritores.

Siguen su ruta sin hacer caso de chismes, habladurías y comentarios de sus colegas y conciudadanos (incluidos familiares).

Durante meses se han reunido noche a noche, han pasado hambres y penurias; han navegado de libro en libro, han cruzado de congreso en congreso, han vadeado ideas y opiniones controversiales. Sus batas y estetoscopios se han endurecido hasta volverse resistentes para lograr su extraña misión.

Para cumplir sus tareas deben aventurarse por los territorios del mundo, en medio de una pandemia universal casi aniquiladora. Son cazadores ya no furtivos como al principio, sino ahora profesionales en busca de presas de un tipo muy especial. Presas silenciosas, invisibles, de todos tamaños, que no dejan rastro ni huella.

Estos inquietantes doctores pueden presumir en algún hospital, salón de academia o congreso, que son capaces de contar durante horas, grandes historias sobre cómo controlar poblaciones azotadas por la peste (formando un círculo de lectores), para lo cual han tenido que leer todo tipo de libros y cuentos que van desde lo sublime, sutil, amoroso, hasta lo repugnante.

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