Diez de mayo y la figura más importante en la vida anímica

Alejandro José Ortiz Sampablo

El Día de las Madres es, sin duda, uno de los festejos que al paso del tiempo se vuelve más controversial. Si echamos un vistazo a la historia, encontraremos al menos dos caras de la misma moneda; por un lado, la historia oficial y por otro, la historia de las mujeres que han luchado para que se hagan respetar sus derechos.

La historia se cuenta de distintas formas: una, que fue iniciativa del entonces Secretario de Educación Pública, José Vasconcelos; otra, que éste y la Iglesia Católica apoyaron la iniciativa del periodista Rafael Alducin Bedoya -fundador del periódico Excélsior- de organizar movilizaciones en las escuelas, para promover la idea romántica sobre la capacidad biológica que tienen las mujeres de gestar vida. Pero al parecer, dicha iniciativa no solo surge de la inspiración -en el vecino país del norte ya se festejaba-, pues esta tenía el propósito  de contrarrestar las ideas que comenzaron a circular después de que, años atrás, en el estado de Yucatán, se había realizado el Primer Congreso Feminista el 13 de enero de 1916. A raíz de este congreso se comenzaron a difundir, a través de folletos, los métodos que existían para evitar la concepción; esto, con la firme idea de que fuera la mujer quien decidiera sobre su propio cuerpo. Finalmente, se hizo oficial que el 10 de mayo se celebrara a las madres en todo México, lo que sucedió hace exactamente 100 años.

Así también, en lo particular, todos tenemos nuestra propia historia con quien ocupa, en lo psíquico, el lugar más importante, la madre. Esta historia, al igual de lo dicho con anterioridad, tiene varios rostros. Por años ha circulado el ideal sobre el amor de la madre como un sentimiento universal, pero de igual manera, ha circulado también aquel de que ese amor tiene que ser recíproco por parte de los hijos. Lo anterior crea, en muchas personas, pensamientos mortificantes cuando no se obedece a alguna de estas dos reglas, siendo las mujeres, por lo general, las presas más fáciles de estos afectos.

Festejar a la madre, para algunos hijos, se convierte en motivo de conflicto, pues quedan atrapados entre el deber ser y lo que su madre les representa. Esto último termina por despertar sentimientos adversos hacia ella; si a esto agregamos que varias de las madres se encuentran en la última etapa de la vida o delicadas de salud, será inevitable para muchas hijas o hijos que surja un sentimiento de culpa por sentir dicha animadversión.

Lo que la madre representa para cada individuo se decanta no solo de la historia con ella, de su carácter y sus cualidades como persona, sino también de la introyección que hacemos de ella en la vida anímica a partir de dos principios: el de placer-displacer y el de realidad. Por eso, para muchas personas, resulta injusto imponer ideales que son nacidos en territorios alejados de lo psíquico o que incluso no contemplan la vida interna de los seres humanos. Es el procedimiento psicoanalítico el que permite resolver aquellos conflictos que se generan por la relación que se estableció con dicha figura que, como mencioné, es la más importante en la estructura del aparato anímico.

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