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Niñas oaxaqueñas víctimas del bullying y esclavas de la anorexia y la bulimia

Foto(s): Cortesía
Redacción

Indira tiene apenas 12 años, pero ya es víctima de bulimia y anorexia. En su pequeña mente recuerda que desde los seis años tuvo la obsesión de bajar de peso, “pues primero tuve accesos de ansiedad que me obligaban a comer, comer y comer sin ninguna medida”.


Sus remembranzas se agolpan para explicar su problema. “A mí me afectaban mucho las burlas de mis compañeros, no podía salir a la calle porque sentía que todos hablaban de mí; en mi familia siempre me decían gorda y cada vez que escuchaba eso, me ponía muy mal”.


Señala que su mamá buscó muchos medios para ayudarle, la llevó al homeópata, al psicólogo, al gastroenterólogo y hasta curanderos, pero no encontró cura para una enfermedad que la consumía día con día.


"Mal uso" del internet


De cabello largo, tez morena clara y ojos negros pequeños, señala que a los 9 años de edad comenzó a sufrir de bulimia, un trastorno alimentario por el cual una persona tiene episodios regulares de comer una gran cantidad de alimento y luego utiliza diversas formas -como vomitar o consumir laxantes- para evitar aumentar de peso, “porque hice mal uso del Internet”.


“Desde los 6 años de edad comencé a buscar en Internet cómo bajar de peso y desde esa edad hasta los 9 años vomitaba para no engordar; al ver que no podía bajar de peso tan rápido como quería, dejé de vomitar y empecé a dejar de comer; al principio, muchas personas de mi familia no prestaban atención a lo que me sucedía, así que simplemente no comía”.


Con voz infantil narra que insatisfecha también por los resultados, su nueva obsesión fue realizar ejercicio. “Hacía ejercicio media hora, terminaba y dejaba pasar cinco minutos y nuevamente me ponía a ejercitarme por media hora, porque había leído que así bajaría de peso, ya que quería demostrarme a mí misma que sí podía ser una persona delgada”.


Rememora que con el paso del tiempo dejó de comer totalmente porque quería que la gente la aceptara; “pero el efecto fue el contrario, pues la gente se alejó de mí y eso me hacía muy, muy infeliz; entonces mi fuga fue dormir y estar siempre con mi teléfono celular, porque así no sentía que se burlaban de mí”.


Efectos físicos



Indira manifiesta que los largos ayunos pronto comenzaron a afectar su cuerpo. “Yo sentía miedo de ver la comida, por lo que ya no iba al baño, el cabello se me comenzó a caer, sufría desmayos, la visión se me tornó borrosa y ya no pude seguir mi rutina de ejercicios por la debilidad”.


“Era tanta mi obsesión, que me obligaba a mí misma a seguir haciendo ejercicio a pesar de mi condición; me decía: lo tengo que hacer, lo tengo que hacer, hasta que simplemente ya no pude más y tuve que buscar ayuda en el Movimiento Buena Voluntad 24 Horas de Neuróticos Anónimos, donde ahora me recupero poco a poco”.


Afirma que para ella la comida le sabía a cartón y no la disfrutaba; “pero aquí he podido volver a sonreír y he empezado a comer regularmente, lo que está fortaleciendo mi cuerpo y a sentir la necesidad de vivir”.


Sentimientos de culpa


Originaria del estado de Michoacán, Bárbara reconoce que sus problemas de anorexia y bulimia también eran muy fuertes. “Desde pequeña fui una niña muy tímida, me costaba trabajo integrarme con otras personas, tal vez por ser un poco rolliza; veía a mis compañeras en la escuela y quería ser como ellas; así comencé a obsesionarme por la ropa, por mi cuerpo, porque me sentía fea, que nadie me iba a hacer caso”.


Añade que por esa situación, en cuanto llegaba a su casa comía hasta el hartazgo. “De repente ya me sentía culpable por todo lo que había comido y comenzaba a vomitar; después dejé de comer, me impuse dietas rigurosas y me ejercitaba compulsivamente”.


Rememora que esperaba que su familia se durmiera para meterse al baño y vomitar. “Pero llegó un momento en que ya no me pude controlar, al grado que antes de ingresar al salón en mi escuela, me iba al baño para vomitar lo poco que había comido”.


“De repente esto comenzó a tornarse difícil, ya que me dormía en todos lados, me dormía parada, escuchando las clases; en el transcurso del día vivía sintiendo que no quería hacer nada. Yo recuerdo que todo empezó a ser difícil para mí, que empezó a afectar mi educación, a mi familia; siempre estaba de mal humor, ya no convivía con nadie, ni quería salir”.



18 intentos de suicidio


Con 18 años de edad, la joven subraya que en su largo periodo de enfermedad llegó a tener 18 intentos de suicidio.


“En realidad siento que si yo no hubiera entrado a terapia en este movimiento, a lo mejor ya estuviera muerta, pues mucho tiempo pensé en el suicidio como la única solución a tantos problemas que sufría”.


Dice que estas fiestas eran verdaderamente insoportables, ya que todo mundo está en reuniones, hay mucha comida y mucha fiesta.


“Yo tuve un descuido personal muy grande, pues siempre decía 'para qué me arreglo si de todas maneras soy fea'; muchas veces padecí de pie de atleta, me salían tapones de cerilla en los oídos, tenía piojos, duraba días y semanas sin bañarme, hundida en la depresión porque sentía que nada tenía sentido”.


Hoy, Bárbara se ha convertido en la guía de Indira en su proceso de recuperación y se han vuelto buenas amigas. Ambas viven en la Villa de la Buena Voluntad y disfrutan de su nueva forma de ver la vida.


Aumento en la incidencia



En los últimos 20 años, los trastornos alimentarios en México han aumentado 300 por ciento, con mayor prevalencia en adolescentes de entre 14 y 19 años de edad, reveló el Centro de Estudios para el Adelanto de las Mujeres y la Equidad de Género (Ceameg).


Predominan mujeres


El 95 por ciento de los casos se desarrolla a partir de hacer una dieta estricta y 90 por ciento de las personas con estos padecimientos son mujeres.


Casos nuevos



Cada año se registran 20 mil de estos casos entre adolescentes, grupo poblacional que presenta conductas de riesgo como preocupación por engordar, comer demasiado o perder el control sobre lo que se ingiere.

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