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Por celos, amante mata a balazos a mujer casada; capturan al homicida

mano de mujer en suelo
Foto(s): Cortesía
Alejandra López Martínez

Agencias

En el pequeño pueblo de Mera (Coruña, España), ocurrió el 7 de mayo de 1910 un crimen que iba a llenar las páginas de todos los periódicos.

María Cividanes era una agraciada joven de Mera de 38 años, cuyo marido, Manuel Rodríguez Yáñez, con el que se había casado en 1895, estaba trabajando en Buenos Aires como emigrante desde hacía cuatro años.

Su padre era co-dueño de una fábrica de ladrillos y para ayudar a su hija le había puesto una taberna, que servía comidas, en el propio pueblo, junto a la misma fábrica.

Como casi todas las mujeres que tenían a su marido en la emigración, María era asediada por varios hombres, a veces en broma, a veces en serio con acosos y persecuciones.

María Cividanes se escudaba en sus cuatro hijos de corta edad, como Albina, que la acompañaba a todos los sitios. 

Pero no siempre podía librarse de tales acosos, especialmente de los de Hipólito de Trisur, que la dejó embarazada.

Tras haber sido despedido de la fábrica en que trabajaba en Mera e irse a vivir a Coruña, Hipólito iba todos los fines de semana a visitar a María.

Hipólito, el amante celoso

Hipólito de Trisur García, portugués, de 28 años, soltero, había comenzado a trabajar en 1906 en la fábrica de ladrillos y siempre acudía a comer a la taberna de María Cividanes.

Su acoso a ésta resultó en dos embarazos a los que tuvieron que seguir dos abortos para salvaguardar el honor de la joven. Uno había ocurrido en 1908, sin que se pudiera precisar el mes, y otro en febrero de 1909.

Las relaciones eran notorias hasta el extremo de que llegaron a conocimiento del padre de María, el cual le despidió del establecimiento.

Como casi todos los amantes, Hipólito era celoso y creía que María le había abandonado por gustarle más Benjamín Simón, un vecino de Mera, que acudía con asiduidad a la taberna de la joven.

Hipólito pretendía que María rompiese todo trato con aquél. Sin embargo, quedó mucho más tranquilo cuando Benjamín marchó a Melilla a hacer el servicio militar. Pero todo en esta vida tiene su fin y con la vuelta de Benjamín volvieron a nacer los celos en el portugués.

Hipólito vivía en Coruña desde que le despidieron. Las dificultades que surgieron ante el acoso, empezando por la pérdida del empleo, no hicieron sino redoblar sus ímpetus.

Hipólito había conseguido cortar varios mechones de pelo a su amante, así como una foto suya y, lo que era más comprometido varias cartas de su marido, Manuel Rodríguez, enviadas desde la Argentina.

El día del crimen

Provisto de un revólver, Hipólito se trasladó desde Coruña a Mera, yendo a casa de María, a la que no encontró, diciéndole a su hija Albina que le guardase el arma, mientras esperaba a su madre en la taberna tomando una copa de vino.

Al poco tiempo llegó la joven acompañada de uno de sus hijos de corta edad. Como uno de ellos se había mojado las ropas, María lo sentó dentro del portal para mudárselas, momento que aprovechó Hipólito, que ya había recuperado el arma que había dejado a guardar, para, de forma rápida, sin que la víctima pudiera verlo, pues Hipólito se hallaba apoyado en el mostrador, dispararle un tiro que no la hirió.

María huyó asustada hacia la calle, pero antes de franquear el dintel de la puerta, recibió dos tiros por la espalda, causándole dos heridas mortales y, ya en la calle, recibió otros dos disparos.

Cuando María, despavorida volvió a casa gritando, Hipólito, que permanecía en el portal en estado de gran agitación, le hizo el quinto disparo que, alcanzándola en el cuello, le hizo rodar sin vida por el suelo.

Seguidamente, Hipólito volvió el arma contra sí mismo, disparándose dos tiros, uno que le causó una pequeña erosión en la cara, y otro que le atravesó el ala del sombrero.

Quien primero acudió a la taberna fue Benjamín, el rival amoroso de Hipólito. Éste al verlo, comenzó a disparar sobre él, pero no le alcanzó. Entonces, comenzaron una feroz pelea.

La captura del homicida

Pronto los propios vecinos detuvieron a Hipólito, al que ataron de pies y manos y lo encerraron en lugar seguro bajo la custodia del alcalde. Como la Guardia Civil más próxima estaba en Oleiros, optaron por llevarlo al día siguiente en una lancha a Coruña, adonde arribaron a las siete de la noche del día 8.

Directamente desde el muelle fue conducido Hipólito al juzgado. Tras declarar ante el juez, Hipólito fue llevado a la casa de socorro, en donde se le hizo la primera cura. Luego, siempre custodiado por dos guardias de seguridad, fue conducido a la cárcel.

Entre las pruebas depositadas en el juzgado figuraba el arma con la que cometió el crimen, un revólver Velo-Dog.

Al día siguiente el juez se trasladó a Mera para enterarse del desarrollo del crimen. Cuando llegó a la casa de la víctima, aun estaba el cadáver de ésta sobre la cama. Seguidamente se trasladó el cuerpo sin vida al cementerio de la parroquia de Mera, donde se le hizo la autopsia.

El juez tomó declaración a la familia de la víctima y a todos cuantos vecinos de aquel punto pudiesen decir algo útil.

En las paredes de la habitación en que ocurrió la escena sangrienta se advertían las huellas de los proyectiles disparados por Hipólito. Ello vino a confirmar que el criminal tenía bien premeditado el asesinato y que en previsión de que se viese precisado a defenderse llevaba gran cantidad de munición, cargando al menos tres veces los cinco tiros de la pistola.

Todos los vecinos concuerdan en atribuir el asesinato al estado de verdadera locura que se apoderó de Hipólito, celoso de que María admitiese en su casa a Benjamín Simón.

Éste negó ante el juez que hubiese sostenido con María Cividanes las relaciones que le atribuía Hipólito, manifestando que hacía más de dos meses que no frecuentaba la casa de María, así como que no trataba al autor del crimen, pues sólo lo conocía de vista.

También declaró Albina, la hija mayor de María. Dijo que momentos antes del crimen se hallaba ella sola en la taberna de su madre y se le presentó Hipólito. Le pidió una copa de vino y después de beberla le preguntó por su madre.

Momentos después se presentó de nuevo en el establecimiento a recoger el arma con la que cometería el crimen.

Sentencia al asesino

Finalmente, el Juzgado decreta contra Hipólito auto de procesamiento y prisión incondicional.

A primeros de febrero llegará a Coruña, procedente de Buenos Aires (Argentina), el esposo de la víctima, Manuel Rodríguez Yáñez.

En sus declaraciones ante el juez, negó Manuel que hubiese tenido nunca el menor motivo de duda sobre la fidelidad de su difunta mujer, expresando su deseo de mostrarse parte en el sumario que se seguía contra Hipólito de Trisur.

El acusado acabó declarándose culpable y el sumario se aceleró, fijándose el juicio para la segunda quincena de septiembre del mismo año de 1910.

El miércoles 21 de septiembre de 1910, da comienzo el juicio en la Audiencia de Coruña en medio de una gran expectación que se traduce en un lleno completo en la sala. 

El jueves 27 de septiembre de 1910, Hipólito de Trisur fue condenado a cadena perpetua, así como al pago de una indemnización a los familiares de la víctima.

 

 

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