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La mujer que asesinó por amor un 14 de febrero

Foto(s): Cortesía
Aleyda Ríos

Agencias

María Ofelia Lombardo fue juzgada y hallada culpable por el homicidio a balazos de su esposo el 14 de febrero de 1998 en Necochea, Argentina. Dijo que lo "había matado por amor".

Su marido Ricardo Domínguez, tenía 60 de edad y era enfermo terminal de cáncer.

La mujer fue condenada a doce años de prisión en 1998 y puesta en libertad el 9 de abril de 2000.

Encuentra al amor de su vida

María Ofelia Lombardo nació en Lomas del Mirador. Terminó la secundaria con un promedio destacado y decidió que iría a la universidad. A los 24 años se recibió de abogada. No era una chica atractiva.

Cuando ya había cumplido 34 años, Ofelia empezó a mostrar preocupación por su futuro de solterona. Una tarde de octubre de 1957 decidió ir a la casa de sus primos. Ese mismo día, antes de la cena, vio llegar a su primo acompañado por un hombre. El desconocido era casi un chico. A ella le llamó la atención.

Más tarde, mientras comían, se enteró de que se llamaba Ricardo Domínguez y que apenas había cumplido veinte años. Nadie sabe bien qué pasó esa misma noche, pero dos meses después estaban parados frente al altar de la iglesia de San Antonio de Padua.

Escandalizados por la diferencia de edad, los padres de ella no fueron a la ceremonia. A diferencia de la familia de Ofelia, los padres de él aceptaron a la nuera sin rencores. De hecho, la madre de Ricardo fue el sostén económico de la pareja durante más de treinta años.

Ofelia dejó poco a poco su trabajo de abogada para dedicarse a la docencia. 

Su matrimonio, a pesar de todos los presagios, funcionó. Al principio, los dos vivieron con los padres de él y más tarde iniciaron una peregrinación por distintas casas prestadas o alquiladas hasta que pudieron comprar – siempre con la ayuda de la madre de Ricardo- una casa en Merlo. Ya habían tenido cuatro hijos, dos hombres y dos mujeres. Ricardo había instalado una verdulería que le dio de comer a su familia, con altibajos, durante más de veinte años.

En el ’93, Ricardo se animó a pedirle a su mujer que se mudaran a Necochea, a una casa cerca del mar, en una zona modesta.

La mudanza tendría sus ventajas, una de ellas fundamental para Ofelia: vivirían lejos de sus hijos, que ya estaban hartándola con sus peleas, divorcios y exigencias. Le dijo que sí. Al mes siguiente ya estaban instalados en la calle 71, en la casa 277.

Pusieron una verdulería, el único ramo del comercio en el que Ricardo se sentía seguro, y en el que nunca prosperó. La decadencia económica del matrimonio era irreversible. 

Detectan cáncer a su esposo

A fines de 1997, Ricardo empezó a sentirse débil. Le dolía el cuerpo y tenía violentos accesos de tos. Una tarde, Ofelia llamó a su médico por ella misma. El médico le advirtió sobre su hipertensión crónica y le aplicó una inyección. «Usted está como siempre y se tiene que cuidar. Pero me preocupa la tos de su marido. Dígale que me venga a ver».

Ofelia intentó arrastrarlo a una consulta durante un par de días, y al final dejó de insistir. 

Ricardo empeoraba día. Ofelia estaba atónita ante los manejos inexplicables del destino. Ella, que tenía catorce años más que su esposo, siempre se había imaginado un futuro distinto.

Y ahora, ella, la vieja, con sus 74 años, tenía que sostener a Ricardo, de 60, para que pudiera darse una ducha.

Ese mismo día, el día en que él no pudo mantenerse parado sin ayuda, aceptó que su mujer lo llevara al hospital. Los médicos detectaron que tenía un tumor en el pulmón derecho.

El médico le dijo a Ofelia que era mejor hablar con su marido. El médico, con cierta incomodidad le dijo a Ricardo que tenía cáncer, pero que nada estaba decidido. Había tratamientos. Ricardo tomó la noticia casi con indiferencia.

Ofelia volvió a su casa de noche. Era la primera vez que dormiría sola. Tenía miedo por él pero su propio futuro le resultaba aterrador. Los estudios siguieron.

Mientras tanto, habían decidido que se trasladarían a Buenos Aires para hacer un tratamiento.

Tres días después, uno de los médicos la llamó para darle el diagnóstico. Le dijo que el tumor del pulmón tenía metástasis en el hígado. 

El médico se ofreció para hablar otra vez con su paciente. Ofelia fue terminante. Él no tenía por qué enterarse de nada.

No tuvo más dudas: iba a protegerlo. Le pareció que no podía haber algo más brutal que decirle al hombre que había estado con ella toda su vida que se estaba muriendo. Una hora más tarde se despidió de él.

Crimen por amor

Esa noche llegó a su casa, tomó el viejo revólver calibre 22 que tenían desde hacía años para defenderse, y fue con él a la casa de una vecina. Se llamaba Sandra Garby y era policía. «Sandrita, ¿me ayudas a cargar el revólver? Ricardo está internado y tengo miedo de quedarme sola de noche». 

La mujer policía cargó el arma y le recomendó que si escuchaba algún ruido tirara hacia el piso. Ofelia fue a la casa de sus otros vecinos, un matrimonio al que veía con cierta frecuencia. Tenía una buena relación con la mujer.

Entró a la casa, les contó la situación («mi marido está perdido») y se fue. El 14 de febrero Ofelia y sus vecinos fueron a buscar a Ricardo al hospital. Lo llevaban a su casa. Él estaba convencido de que a los dos días irían a Buenos Aires para hacer un tratamiento de quimioterapia.

Ricardo seguía débil pero no tenía ningún dolor. Entró al auto de los vecinos, se sentó adelante con el hombre, y Ofelia y la otra mujer fueron atrás. En el camino Ofelia se dio cuenta de que no tenía nada para el almuerzo.

«Lorenzo, ¿no pararía un minuto en la carnicería así compro algo para comer? Creo que voy a llevarme unos bifes». Ofelia bajó, hizo su compra y volvió al auto. Enseguida llegaron a la casa. El vecino ayudó a Ricardo a caminar hasta su cuarto, y se despidió.

Ofelia le pidió a la vecina un par de cebollas y unos tomates. Ya sola, en la cocina, Ofelia se entretuvo con el paquetito de la carne. Estaba sola con su marido, y su marido se moría. 

Sacó las cebollas y se puso a picarlas. Encontró dentro del horno una sartén, le puso aceite y la llevó al fuego con la carne. Tiró adentro la cebolla y revolvió todo de una vez con su cuchillo. Cortó los tomates en rodajas y los puso con la cebolla.

Movió la sartén con desgano y se quedó mirando la preparación.

Bajó el fuego, fue al dormitorio y sacó el revólver de un cajón. Se acercó a la cama y vio que su marido dormido. Le apuntó a la cabeza y tiró tres tiros.

Se sacó su vestido y lo puso sobre la cabeza destrozada del marido. Fue al ropero y buscó otro para ponerse. Salió y fue directo a ver a sus vecinos. Les dijo, sin más explicaciones, que se quería dar un baño.

Cuando salió de la ducha les explicó que acababa de matar al marido. Era el 14 de febrero de 1998, Día de los Enamorados.

Condena de prisión

María Ofelia Lombardo fue condenada a doce años de prisión. Estuvo un año y medio detenida en la comisaría de Necochea.

El 28 de agosto de 1999 la trasladaron a la cárcel de Los Hornos, de donde salió el 9 de abril de 2000.

Su abogado logró que, por haber superado los 70 años, la beneficiaran con el arresto domiciliario, que cumple en Merlo, en la casa de uno de sus hijos.

 

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