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Macabróna: Winnie Judd, la "asesina del baúl"

Winnie-Judd
Foto(s): Cortesía
Agencia Reforma

Su matrimonio fue un auténtico fracaso. Las adicciones del esposo, la imposibilidad de quedarse embarazada y el diagnóstico de tuberculosis, así como la desilusión ante una vida completamente distinta a la imaginada -ella soñaba con viajar, mientras él recorría pueblos en condiciones deplorables- hicieron mella en Winnie, que decidió poner tierra de por medio, tomarse un descanso y regresar a los Estados Unidos.

Nuestra protagonista encontró en Phoenix (Arizona) una especie de carta de libertad donde podía recuperar su salud y valerse por sí misma. Su primer cambio radical fue de imagen: ahora lucía un corte al estilo bob, muy de moda en aquel año 1930 del siglo pasado. Después, empezó a trabajar como institutriz para la familia de Leigh Ford y, como obra del destino, conoció al que sería su amante, el seductor Jack Halloran. Su perdición.

El hombre era un empresario de éxito y vecino de los Ford, de 44 años, con grandes contactos en el mundo de la política y una habilidad especial para mover los hilos en la sombra. Se codeaba con personajes importantes, a quienes engatusaba, tenía una oratoria fascinante y “una risa que podía llenar un cuarto”, decían. Además, era un conquistador nato: todas las mujeres quedaban prendadas de él, incluida Winnie.

La joven se enamoró perdidamente de Jack y comenzaron un idilio en secreto y se hicieron amantes. Pasados los meses, Winnie continuó la comunicación con su marido, completamente ignorante de su situación sentimental, dejó el trabajo como institutriz, se estableció como secretaria médica en una clínica privada y alquiló su propia casa en el 1102 East Brill Street.

Al mismo tiempo, Winnie entabló una fuerte amistad con dos compañeras de trabajo: Agnes Anne LeRoi, una técnica de rayos X, de 32 años, y Hedvig “Sammy” Samuelson, de 24 años, estudiante de medicina. Las malas lenguas señalaban a ambas como bisexuales y amantes, algo muy mal visto en aquella época, no así a ojos de Winnie.

Fue precisamente eso lo que llevó a la joven a confiar en sus nuevas amigas y a no poner en duda la gentileza de Jack con estas mujeres, a quienes visitaba a menudo solo y sin la compañía de Winnie. La joven era incapaz de imaginar que su amante mantuviese una relación íntima con las tres a la vez. 

Sin embargo, la mala reputación de su galán era un hecho. Así fue cómo bajo estas relaciones secretas se apuntaló una rivalidad demoledora.

Forcejeo, disparos y una ayuda

El viernes 16 de octubre de 1931, la tensión entre las tres amigas estalló a raíz de una monumental pelea, desembocando en el doble crimen. Winnie se encaró ferozmente contra Sammy, que portaba una pistola calibre .25, logrando derribarla y dispararla contra su pecho. 

Unos segundos antes y en pleno forcejeo, una bala había alcanzado accidentalmente la mano izquierda de Winnie dejándola malherida. Segundos después, la asesina mataba también a Agnes.

A continuación, Winnie cogió el tranvía y se marchó a casa, donde la esperaba Jack. Presa de los nervios, le contó lo ocurrido y, a partir de este momento, surgen dos versiones distintas sobre los hechos posteriores. ¿Fue capaz la asesina de descuartizar con precisión los cadáveres de sus amigas, ocultarlos en dos baúles y subirlos a un tren sin la ayuda de un tercero?

O como ella misma señaló durante el juicio, ¿fue su amante quien la ayudó en todo este proceso posterior a los crímenes? “Me dijo que él mismo se encargaría de esto... y que todo estaría bien”, aseguró, pero que no debía “decir absolutamente nada [a nadie]”.

Aunque el plan inicial era arrojar los cadáveres en un paraje inhóspito, la policía lo tendría más sencillo para identificar a las víctimas y relacionarlas con Winnie. De ahí que finalmente optase por meterlos en dos baúles y trasladarlos en tren hasta Los Ángeles, donde vivía uno de sus hermanos. “Habría alguien allí para recibirme, un nombre llamado Williams o Wilson”, declaró señalando a su amante como el artífice del plan.

Dos días más tarde, Winnie, con la mano vendada y supurando sangre por la herida de bala, se subió al expreso rumbo a Los Ángeles. Al arribar a la estación y saludar a su hermano pequeño, se dirigió a la plataforma de equipajes más tarde de lo previsto.

Allí los inspectores la interrogaron sobre el contenido de olor nauseabundo y Winnie, tras varias evasivas, emprendió la huida. Poco después, la policía descubriría el origen de ese característico hedor: dos cadáveres en descomposición.

Las autoridades pusieron en marcha una persecución sin precedentes y, el 23 de octubre, detuvieron a la asesina oculta en una funeraria. “Soy Winnie Ruth Judd”, reconoció. Y, a las puertas de la comisaría ante una muchedumbre de periodistas, gimoteó: “Tenía que hacerlo. Tenía que hacerlo”.

Antes del interrogatorio, Winnie fue intervenida de urgencia para extraer la bala de su mano izquierda, que ya estaba gangrenosa, y horas más tarde le tomaron declaración para esclarecer los hechos. 

A partir de ahí, la prensa tomó parte de un circo sensacionalista, copó portadas en los rotativos más importantes y bautizó a la acusada como “mujer tigre”, “tigresa de terciopelo” o “la carnicera rubia”. Acababa de nacer la famosa asesina del baúl.

¿En defensa propia?

El 19 de enero de 1932, el tribunal del condado de Maricopa, presidido por el juez Howard C. Speakman, inició el juicio contra Winnie Judd por el asesinato de Agnes LeRoi, pero no así por el de Hedvig Samuelson debido a falta de pruebas. 

Durante el proceso, la fiscalía sostuvo que la acusada actuó con premeditación y movida por los celos, y que la herida de bala en su mano izquierda fue autoinfligida y no en defensa propia, tal y como declaró bajo arresto.

Por su parte, la defensa optó por la estrategia de la enajenación mental para exonerar a su patrocinada. Según su abogado, Winnie era inocente de todo cargo debido a sus problemas psicológicos. A esto se sumó la propia declaración de la acusada en el estrado.

Primeramente, la asesina se ratificó en su primera versión ante las autoridades: las muertes de sus amigas fueron en defensa propia tras un violento altercado durante una fuerte discusión.

Después, señaló a su amante, Jack Halloran, como el verdadero artífice del desmembramiento y ocultación de los cadáveres. “Eliminó todas las pruebas, él es el culpable de todo lo que yo soy culpable”, dijo.

Y se justificó en una carta manuscrita: “Yo no podría haber hecho esto… Yo estaba muy enferma. No estuve presente cuando tuvo lugar el desmembramiento y la colocación de los cuerpos en los baúles. Sin embargo, admito que fue un acto espantoso. He pedido perdón a Dios muchas veces por el papel que desempeñé en el transporte de los baúles a Los Ángeles, pero estaba enferma, herida y en estado de shock”.

De nada sirvieron las explicaciones y los informes forenses sobre el movimiento y traslado de los cuerpos. El 8 de febrero, el jurado encontró a la asesina del baúl culpable de asesinato en primer grado y, diez días más tarde, el juez Speakman la condenó a morir en la horca.

Sin embargo, la sentencia de muerte fue revocada al declararla mentalmente incompetente en una audiencia posterior. Su destino no sería la cárcel sino el Manicomio Estatal de Arizona. Entre tanto, su amante fue detenido y puesto ante un tribunal. Sin pruebas de cargo y solo con el testimonio de una mujer con problemas psicológicos, Jack salió en libertad.

Liberación absoluta

Entre 1933 y 1963, Winnie se escapó hasta en seis ocasiones de esta institución mental, de donde incluso salió por la puerta principal al conseguir una llave. En su última huida, que duró seis años, la asesina se estableció como empleada doméstica de una familia adinerada en la Bahía de San Francisco bajo el nombre falso de Marian Kane.

Tras descubrirse su verdadera identidad en agosto de 1969, Winnie fue enviada de nuevo al psiquiátrico. Dos años más tarde y tras varias disputas legales, el estado le concedió la libertad condicional y la “liberación absoluta” en 1983.

Hasta el día de su muerte, el 23 de octubre de 1998, Winnie siempre mantuvo su versión sobre la noche de autos: admitió haber disparado a Agnes y Sammy, pero “nunca confesaré un asesinato, solo defensa propia”. 

Antes de su fallecimiento, a los 93 años, la periodista de investigación Jana Bommersbach desempolvó este caso, entrevistó a la protagonista y señaló al seductor amante como el artífice de lo ocurrido.

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