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Sólo pudo acudir a su consulta, más ya no pudo regresar a su comunidad: la historia de don Antonio

Foto(s): Cortesía
Redacción

Oaxaca.- Tres hules sujetos a las ramas de una añosa higuera son las paredes de casa de don Antonio López, un hombre de 85 años de edad que ve pasar sus días desde la banca de una plazuela, donde descansa sus adoloridas rodillas y trata de ignorar el hambre que lo aqueja a diario.


El frío traspasa la única cobija a la que se aferra día y noche, la abraza y se envuelve, a lo lejos parece una percudida crisálida que queda inmóvil ante la mirada indiferente de una fría ciudad.


Desde hace cuatro meses, la plaza Distrito Federal, en los linderos del barrio de Jalatlaco sobre calzada de la República, es el hogar del viejo hombre originario de Pochutla, donde nadie lo espera.
 


Su viaje final


Con voz débil y trémula, don Antonio relata que vino a la capital por atención postquirúrgica de la vista. Él recuerda que hace un año y medio, aproximadamente, lo operaron en el Hospital Civil. Ligeras molestias en los ojos lo hicieron regresar.


Mientras pasa sus manos por su rostro adormilado, el anciano cuenta que para su atención debía estar casi todos los días en el nosocomio, eso lo orilló a quedarse en la ciudad. Sin embargo, los días pasaron y sus ahorros se acabaron junto con sus medicinas.


Obligado por las circunstancias, el anciano vive debajo de tres hules que penden de un árbol.
 


Sólo pide comida


Don Antonio no quiere ir a otro lugar. Dice que ahí se siente bien, aunque sus débiles piernas lo traicionan, sus manos han perdido habilidad y le cuesta trabajo sostener una botella de agua.


El dolor que le taladra las rodillas hasta la planta de los pies, lo ha llevado al suelo en dos ocasiones, cuenta el viejo al mostrar su más reciente moretón en la frente, junto con un raspón en la cabeza.


Del hombre que por más de 40 años se dedicó a la albañilería, hoy sólo queda el recuerdo plasmado en sus manos lastimadas por el tiempo.


“No quiero ir a otro lugar, con que me den un taquito o una torta con eso está bien y se los agradezco”, dice Antonio.


Haber estado por unos días en una casa hogar sólo hace que no quiere volver. “Ahí querían que hiciera terapia, pero me duelen mucho mis rodillas como para moverlas”.


“Aquí no estoy bien, eso ya lo sé. No tengo donde más estar”, agrega don Antonio, hombre robusto de tez clara y cabeza calva.


El anciano come una vez al día, y eso lo agradece mientras ingiere una torta que le acaban de llevar.


El techo de una casa, el calor de hogar y la compañía de amigos, son la añoranza de este hombre rodeado por moscas, a quien envuelve un tufo a orina que hace su morada entre montoncitos de basura.


“Gracias a Dios siempre pasa alguien que me da algo, un poquito de lo que tiene”, Don Antonio López.

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