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Muestra de respeto en Santiago La Galera

la-galera
Foto(s): Cortesía
Redacción

Petra

El patio lucía limpio. Unas cuantas cascaritas de semillas del café, que ahí se extienden para su secado, habían evadido la escoba y lanzaban tímidos destellos áureos desde algún resquicio. Los platanares, papayos, matas de café, de poma rosa (con sus dorados frutos con sabor a perfume) y una amplia variedad de flores tropicales enmarcaban el sitio con exuberancia. Eran las seis de la tarde y el sol de verano aún lanzaba con fuerza su luz.

Todo estaba listo para recibir los respetos y solicitud de permiso de los padres del novio, de sus familiares y amigos. Media hora después, las notas de una banda de viento se extendieron por toda la loma en la que está situado el pequeño pueblo de La Galera. Desde ella se pueden ver las grandes extensiones que abarcan algunas de las viejas e históricas fincas de café de Pluma Hidalgo y de Candelaria Loxicha. 

Todos los presentes voltearon hacia la entrada con gesto de agrado por la puntualidad de los visitantes. Un hombre con porte de palmera tropical, alto, delgado y con sombrero de palma, llegó acompañado por una mujer morena y delgada, con la cabeza cubierta por un paño. Con pasos pequeños, pero rápidos, bajaron por el corto camino de tierra, para entrar al patio encementado y se acercaron a la mesa adornada con tules blancos, globos y flores que estaba al fondo. Ahí, de pie, estaban los padres de la novia, su abuelo paterno, un tío y una tía abuela, quienes atestiguarían el acto de presentación de respeto previo a la pedida de mano.

Descubriéndose la cabeza y deteniendo el sombrero con las manos, el hombre dijo: - Pido su permiso para entrar a su casa. Pido su permiso para que mi hijo sea recibido en su casa como yerno. Pido su permiso para que mi familia y amigos que me acompañan, entren a su casa con los presentes que les traemos en señal de respeto y buena voluntad.

Que su hija y mi hijo, con su bendición y la nuestra, unan sus vidas en la fecha y hora que ustedes impongan según su respetable parecer, que nosotros estamos de acuerdo en que las cosas sean como ustedes lo pidan— concluyó, inclinando levemente la cabeza.

En los semblantes de los familiares se reflejaba la alegría con un destello de orgullo en sus miradas. La joven estaba siendo honrada de acuerdo a sus costumbres; una muestra de respeto que “se ha ido perdiendo”, lamentaban algunos de los mayores que ahí estaban. 

Después de la presentación formal, la autorización para que los familiares y amigos del novio que iban acompañándolo entraran a la casa fue pregonada con el estallido de cohetes y la música de viento; eran la señal de que la comitiva podía pasar. Uno a uno fueron bajando con los presentes en mano: paquetes de refrescos, cartones de cerveza, charolas de frutas, varios guajolotes, gallo y gallinas que envueltos en mantas blancas jadeaban al ritmo de la música de chilena que los portadores de aquellas finezas zapateaban entre risas, gritos y chiflidos.

Los que llevaban sobre sus hombros los enormes atados de leña -“tercios” como les llama la gente- bailaban como si la carga no pesara, todos eran jóvenes y fuertes. Dos hombres igual de fornidos, pero de edad madura, llevaban, cada uno a la espalda, un costal con cincuenta kilos de maíz. Ellos sí se movían con lentitud, por lo pesado de cada costal. -El grano representa el trabajo y el compromiso del hombre de que la comida no faltará en su casa. Es como si fueran las arras- me dijo mi mamá al oído, casi gritando para que la escuchara.

 

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