Antía Alfonso
Úrsula vive con su madre en un pueblo de México. Apenas tiene doce años, pero su suerte parece haber sido echada muchos años atrás, incluso antes de su propia existencia. Su primo Javier se lo advierte y es entonces cuando Manuela comienza a recordar su pasado y a enunciar aquellas palabras que otra vez llegaron demasiado tarde, que lo han hecho generación tras generación por miedo a volverse realidad, aunque a esas alturas el rapto de su hija ya se percibe inevitable. Afuera, los perros han dejado de ladrar.
Elena Garro es un referente indudable del realismo mágico, por ende, las tramas de sus escritos suelen incurrir en giros fantásticos. La pieza teatral "Los perros" (1965) es una excepción al carecer de estos elementos. Sin embargo, las supersticiones que persiguen a sus personajes y la aparente herencia del destino trágico, provocan una sensación de bucle temporal que oscila entre lo irreal y lo cotidiano. Esta obra, además, aborda temas recurrentes en el trabajo de Garro y que siguen vigentes a pesar de los años: la pobreza y la situación opresiva de las mujeres en contextos dominados enteramente por hombres.
Mientas Úrsula escucha a su madre contar con resignación cómo fue raptada y violada cuando tenía su edad, se rehúsa a creer que le deparan los mismos hechos funestos, que nadie la puede defender. En el fondo, ella sabe que la repetición de la historia no corresponde a un designio sagrado de los dioses, sino a la realidad hostil que le tocó, una en la que la vida de las mujeres significa poco más que nada y donde los machos se reúnen en jauría para raptar a las niñas que desean poseer. Más allá de la actual romantización en torno a las comunidades rurales, el texto invita a repensar cuántas de sus prácticas han dejado de ser válidas por reproducir una violencia que silencia y mata, una que hace callar incluso a los perros más ruidosos.
