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Ilusión

vaso-licor
Foto(s): Cortesía
Giovanna Martínez

Petra

Última de dos partes

Cuando llegó a la puerta de la cantina, respiró profundo, y empujó con timidez la cortina abatible de madera que daba cierta intimidad al lugar. Algunas personas la miraron, aunque ella concentró su mirada en el hombre solitario, que ese día llevaba una camisa nueva color amarillo. Lo miró, como siempre, absorto en la contemplación de su cerveza. 

Marisela se quedó un momento sin saber qué hacer, luego se dirigió a la mesa que estaba frente a la de “Antelmo”. No esperó a que algún empleado retirara la silla para sentarse. Todos sus poros estaban aperlados con finas gotitas de sudor.

—¿Qué va a tomar?— preguntó un mesero. —Tenemos “baileys”, cremas de mezcal o, si gusta, medias de seda— le dijo en tono protector.

—Quiero un Whisky en las rocas— dijo. El mesero disimuló un gesto de sorpresa y le preguntó:

—¿Etiqueta Roja?

—Sí — contestó.

 Para ese momento, sus manos temblaban y sentía la boca seca.

Mecánicamente empujó con su peso la silla en que estaba sentada, esta provocó un chirrido agudo cuando sus patas friccionaron el suelo. El hombre de la cerveza levantó la vista y sus ojos, vacíos de cualquier emoción, se encontraron con los de Marisela.

—¡Dios! —susurró ella, y su cuerpo empezó a temblar.

El tercer día del nuevo año era lunes, Marisela no se presentó a trabajar, tampoco lo hizo el martes ni miércoles. Su teléfono, muerto. Malú, su compañera de trabajo, la extrañó en la fiesta de fin de año que se organizó en la oficina. En aquel momento sonrió entre divertida y contenta por su amiga, “seguro ahora sí se animó con su loca  idea”,  pensó.

Pasados los tres días de cubrir su ausencia, se hizo presente la preocupación. “Hoy mismo voy a buscarla a su casa, no puede arriesgar así el trabajo y menos ahora, que casi logra su ascenso”. Decidida, buscó en el archivero de su amiga, el duplicado de las llaves de su departamento.

Los ojos de Marisela se encontraba fijos en un punto que no era visible, sus rodillas estaban flexionadas. Calzaba unas zapatillas negras que desbordaban sus pies hinchados. Tenía puesto un fino conjunto de lencería color negro. El brazo derecho extendido hacia abajo, haciendo un ángulo agudo con su costado y el puño a semi contraído, el otro brazo doblado, formando una especie de “v”, con la mano a medio cerrar a la altura de su cabeza, las uñas lucían impecables, pintadas de color rojo intenso. Su cabello negro esparcido en el suelo. Su boca, que dejaba ver un leve rictus de dolor, conservaba todavía el fino carmín satinado de su labial.

La piel blanca, aunque empezaba a mostrar huellas de deshidratación, seguía siendo sedosa a la luz del sol que entraba por las dos ventanas de su sala. El café de su mirada sin vida tenía una expresión de amarga incredulidad. La marca alrededor de su cuello, parecía un extraño tatuaje de púrpuras

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