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DENARIOS: Ilusión

casa-puerta-y-ventana
Foto(s): Cortesía
Alejandra López Martínez

Petra // Primera de dos partes

—Siempre está solo— se decía —con una cerveza que parece ser la misma del día anterior. Cuál será su preocupación. ¿Problemas familiares o de dinero? ¡O de amor! Esos son siempre los motivos que llevan a los hombres a las cantinas.

El bar del viejo Odilón, el más famoso y antiguo de la ciudad, era paso obligado para llegar a su casa. Marisela volteó a mirar por la ventana de la cantina, como lo hacía todas las noches de lunes a viernes desde varios meses atrás, al salir de su trabajo. Ahí estaba él. 

Ella no se dio cuenta en qué momento la imagen de aquel hombre solitario empezó a interesarle. De verlo a diario durante los últimos tres meses, ya conocía todas sus camisas.

—¡Ya llegué, Ricardín! —saludó a su pequeño faldero de pelambre negra, cuando abrió la puerta de su departamento. Sacó una bolsa de croquetas de uno de los estantes de la cocina y vació una porción generosa en el plato metálico que estaba junto a la puerta.

—Hoy tampoco me animé a entrar a la cantina para hablarle a Antelmo— le decía a su mascota ya en su cama, mientras le masajeaba el lomo.  —No sé qué me pasa, Richi. No lo puedo sacar de mis pensamientos; cada que paso por la cantina, el corazón me brinca tan fuerte que casi me sofoco. ¡Lo veo tan solo! Aunque no es guapo, a mí me parece que sí. Hoy, otra vez he desperdiciado un vestido nuevo. Ya son tres vestidos que estreno para el gran momento y nada que me atrevo.

—¡Antelmo! Ese nombre le puse, aunque nunca he cruzado una palabra con él. Parece un hombre rudo, pero tímido, por eso empezó a gustarme. Sentado en aquella mesa, pareciera que el mundo no existe para él, solo esa botella, a la que mira y mira como si dentro de su vidrio oscuro hubiera algo que lo embrujara.  Y no es casado ¿eh? ya me fijé bien, no trae un anillo en la mano izquierda, tampoco en la derecha.

Era la segunda vez —desde que aquel hombre de la cantina se había metido, primero en su curiosidad, luego en sus pensamientos y por último en su corazón— que las lágrimas escurrían por su cara, mojando su almohada. Hacía cinco años que había quedado viuda, después de apenas tres años de matrimonio. Justo cuando habían planeado tener a su primer hijo.

No había tenido más familia que su difunto esposo. Huérfana desde los diez años, se había hecho cargo de ella una tía lejana, quien no pudo ocultar su alivio cuando ella le dijo, apenas cumplidos los 18 años, que se iría a vivir a la capital del estado, porque quería estudiar y trabajar. La mujer solo le contestó con apenas unas líneas impersonales, una de las pocas cartas que ella le envió. Ese fue el fin de toda relación con el único vestigio de su sangre.

El amor es una necesidad vital

Era viernes, el último día del año. Se había puesto un vestido rojo. En el trabajo siempre le decían que ese color le sentaba muy bien al tono marfil de su piel y a su melena negra. Estaba particularmente nerviosa. Tal vez esa tarde se atrevería por fin, a presentarse con Antelmo.

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