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Denarios: En un Safari

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Foto(s): Cortesía
Redacción

Por Javier Sarmiento Jarquín

Hoy, al escuchar “La nave del olvido”, interpretada por el príncipe de la canción, José José, me llegaron los recuerdos de hace cincuenta y tres años durante mi etapa de estudiante de Medicina. Cursaba apenas el tercer año; mi novia había terminado sus estudios de Enfermería y se fue a realizar su servicio social al Centro de Salud de un pueblo de la Mixteca oaxaqueña, que está a 147 kilómetros de la capital. Recuerdo que convenimos que un fin de semana nos veríamos en la ciudad de Oaxaca y otro fin de semana iría a verla a su comunidad.

Para trasladarse hasta allá, en aquellos años se viajaba en los autobuses conocidos popularmente como guajoloteros, que partían de la Central Camionera y que iban a la población de Tlaxiaco. Solo había una corrida por la mañana, saliendo a las cinco, y una de regreso a la ciudad por la tarde; así transcurrieron los primeros meses.

Un fin de semana que llegué a visitarla me dijo que no podía estar conmigo, porque tenía que salir con el promotor de la salud a realizar su trabajo. Ofrecieron dejarme, en un vehículo del Centro de Salud, en la desviación de la carretera federal, para tomar el primer camión de pasajeros que pasara por ahí y no tener que esperar horas en la población.

A los quince días me tocó ir nuevamente. Al llegar, me volvió a decir que tenía una salida acompañada por el promotor para hacer sus visitas a las rancherías cercanas a la comunidad. Así que me dejó “vestido y alborotado”. Caminé entonces hacia el centro del pueblo donde esperé mi transporte. No se dieron cuenta cuando, poco después, los vi pasar tomados de la mano y subir al vehículo tipo Safari.

Sin alcanzar a comprender qué estaba pasando con nuestra relación, me fui a sentar al pie de un hermoso obelisco que hay en la parte central del parque en el pueblo mágico de Yolomécatl, que en náhuatl quiere decir “lugar de dos corazones”. El lugar, una comunidad de la Mixteca con fuerte arraigo a sus costumbres, está situado en el distrito de Teposcolula; cuenta con un templo católico que data de 1678, un clima frío y tierras semiáridas.

Yo debí esperar hasta que pasara el camión para regresar a la ciudad. Como estaba de moda la canción “La nave del olvido” —que dice en una de sus estrofas “espera un poco, un poquito más, para llevarte mi felicidad”—, esta se escuchaba por los altoparlantes una y otra vez, quedándose así tatuada en mi corazón. Al verla partir en aquel Safari en busca de otras aventuras, me sentí como una lata vacía. Solo teníamos 19 años de edad, con casi tres de noviazgo que aquel día se esfumaron en el infinito del tiempo.

Ahora, los recuerdos de esa amarga experiencia quedaron como heridas que el tiempo se encargó de curar. Cualquier parecido con la realidad es una mera coincidencia.

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