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Denarios: Camino de sabores

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Foto(s): Cortesía
Redacción

Por Conchita Ramírez de Aguilar

Vivo en el centro de la ciudad de Oaxaca, en uno de los tranquilos y bellos barrios que la conforman: el barrio de la Soledad, lleno de aromas, colores y sabores, mezclados en la gran variedad de golosinas que sus calles nos ofrecen. Camino a la escuela me antojo de todas ellas y participo del exquisito banquete que me brindan. 

Al voltear la esquina, me encuentro a doña Queta, una simpática señora que afuera de su casa, sobre la banqueta, en una gran mesa, ofrece en grandes vitroleros: mangos verdes, ciruelas, membrillos y manzanitas en vinagre. Tiene también “coquitos babosos” en miel —que después de chuparlos y chuparlos hay que abrirlos con un martillo para comerse el “coquito” que llevan dentro— y “soldaditos de coco”: pequeñas torrecitas de coco rallado, bañadas con miel de panela.

He decidido que hoy quiero mango. El olor del vinagre que emana cuando destapa el vitrolero me hace salivar y sentir en mi boca la delicia que enseguida disfrutaré. Me pregunta qué mango quiero y yo, por supuesto, escojo el más grande. Con un cucharón de madera lo saca, lo coloca en un pedazo de papel de estraza, lo baña de sal de chile —como lo pedí—, y me lo entrega.

—¡Se ve riquísimo!— le digo mientras pago y me despido.

—Cuidado al atravesar la calle— me dice amorosamente.

En la siguiente cuadra está la casa de Merceditas, siempre sonriente, amable y tierna, con cabello largo, trenzado sobre su espalda. En su rostro, surcado por el tiempo, se adivinan los años. Luce un mandil muy blanco y almidonado sobre su vestido de colores grises o negros. Nos conoce por nuestros nombres y se pone feliz al vernos. En el zaguán de su casa, sobre un mostrador pequeño, se despliegan como en un arcoiris, los dulces que vende: pirulís de colores, “petatitos de ate” —verdes, amarillos, morados—, pinole envuelto en cartuchitos de papel de estraza y coronados con papel china de varios colores, así como guayabates y, mis favoritos, chicles de “oritos”.

El chicle es una tira planita, envuelta en papel metálico que por un lado es plateado y por el otro tiene colores y dibujos muy llamativos. Para que podamos escoger el “orito” que queremos, los coloca dentro de una cajita de cartón y así es más fácil apreciarlos. Son muy solicitados porque guardamos los “oritos” en las páginas de nuestros libros escolares una vez que usando un lápiz como rodillo, los dejamos lisitos, lisitos. Ya en la escuela los mostramos orgullosas a las compañeras e intercambiamos con ellas los que se han repetido.

Más adelante, en la otra esquina, está doña Meche. Sobre la banqueta extiende su puesto de naranjas, manzanitas, membrillos, mangos verdes y toronjas que nos ofrece con sal de chile; pepitas y nanches. Veinte centavos son suficientes para comprar de todo y siempre nos regala “el pilón”.

Al salir de la escuela, nos espera don Juan, con sus nieves exquisitas: limón, tuna y leche quemada, aunque no faltan las nieves de fruta de temporada. Cuando pido la mía, siempre me pregunta:

—¿En barquillo o canastita?

A mí me encanta en canastita.

Y sí, es una bendición vivir en este barrio y disfrutar todos los días las delicias que me ofrece el camino que separa mi casa de la escuela.

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