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Atisbos de la vida de Virginia, a través de sus cartas

mujeres
Foto(s): Cortesía
Redacción

Mónica Ortiz Sampablo / Última de tres partes

Las dos tuvieron una vida rodeada de arte, cultura e intelectualidad; su padre era escritor; su madre, además de editora, también fue modelo de reconocidos pintores. Crecieron muy unidas, hijas de la desigualdad imperante en aquella época: “solo los hombres pueden ir al colegio, las mujeres deben quedarse en casa”. No obstante, poseían el intelecto suficiente para aprovechar las clases particulares que recibían, además de tener a su merced una biblioteca enorme.

Su vida se vio marcada -como el sello de cera sobre la blanca hoja- por las mismas pérdidas, la madre en un primer momento, después la hermanastra Stella, quien habría fungido con el papel que su madre dejó. Nessa y Ginia, hermanadas terriblemente por el abuso sexual de sus hermanastros, encontraron una en la otra el apoyo y fortaleza para construir sus vidas, al margen de los convencionalismos sociales, de la época Victoriana en que les tocó vivir. Forjaron una comunidad de intelectuales, se construyeron como mujeres diferentes; Vanessa, la pintora: plena, segura, maternal; Virginia, la escritora: refugiada en sus letras, en su mundo interior alimentado por su exacerbada imaginación. Con ojos diferentes, la forma en que miraban era muy parecida, quizá porque a través de ella se asomaban los recuerdos compartidos, y se vaciaban al mundo para transformarlo. Antes de tomar su decisión final, Virginia le escribió a su hermana.

Querida:

“No puedes imaginarte lo mucho que me ha gustado tu carta, pero siento que he ido demasiado lejos en esta ocasión para que pueda volver. Es lo mismo que la primera vez: todo el tiempo oigo voces, y sé que no puedo superar esto ahora. Todo cuanto quiero decir es que Leonard ha sido sorprendentemente bueno cada día, siempre […] Hemos sido perfectamente felices hasta las últimas semanas, cuando este horror empezó. ¿Harás que esté seguro de esto? Siento que le queda mucho por hacer y que seguirá adelante, mejor sin mí, y que tú le ayudarás. Apenas si puedo pensar con claridad ya. Si pudiera, te diría cuánto habéis significado tú y los niños para mí. Creo que lo sabes. He luchado contra esto, pero ya no puedo más.”  Virginia.

El poder de las palabras plasmado en una misiva es una impronta difícil de borrar, como el amor, como el dolor, deja su rastro como la tinta con la que fueron escritas.

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