Fausta Ibáñez Rios
Otra vez me siento mal, dijo Simón…
“¿Cuándo terminará mi tormento? Apenas hace unos días pensé que todo iría mejor en mi vida, y otra vez volví a caer. ¿Por qué no vi la trampa?”, refunfuñaba Simón. “¿Cómo podré salir de este lugar tan obscuro y misterioso? Siento el olor del fango, escucho el siseo de una serpiente. ¡Oh! ¿Acaso serán ratones? no veo nada”.
Da unos pasos más y su cuerpo se inserta en una gran red, su angustia aumenta…
“Necesito acostumbrarme a la oscuridad, tengo mucho miedo. ¿Si me muerde una serpiente o me devora un animal?”
—¡Auxilio!— gritó con todas sus fuerzas, una y otra vez.
—¿Hay alguien más en este lugar?, necesito ayuda.
Al no hallar ninguna respuesta, empezó a urdir un plan para salir, pues empezó a ver caras de demonios relampagueando en la oscuridad, que trataban de acercarse a él ávidos de comida.
“Quiero estar tranquilo y poder pensar fríamente cómo salir de aquí, pero… ¿Por qué no siento mis piernas, por qué no puedo tocarlas? Las fuerzas me abandonan. ¿Qué quieren estos demonios de mí?”
Las manos de Simón se movían en todas direcciones tratando de alejar aquellas caras con muecas espantosas y burlonas que danzaban rítmicamente a su alrededor, como poniéndose de acuerdo quién empezaría la gran comilona de la cual él era el banquete.
“Respira, relájate”, se decía Simón.
“Primero piensa cómo caíste en este lugar y eso te ayudará a encontrar la salida. Si continúas alterado, quedarás atrapado de por vida en este horripilante hueco; ya sabes que te encuentras solo, eso no es nuevo, siempre lo has sabido y otras veces has podido salir, solo tienes que dejar de permanecer inmóvil”.
“¿Acaso no será mejor dejar de esforzarme?, me encuentro exhausto”.
“Bueno, descansa unos minutos, concéntrate en que sí has podido salir otras veces, ¿por qué no lograrlo una vez más?
“Las fuerzas no me ayudan, mis piernas están paralizadas. Pero tienes el tronco, arrástrate, imita a las culebras.
“¡Menso! ¿Y si mejor vuelo?”
