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Yucunama y sus mujeres

Yucunama
Foto(s): Cortesía
Redacción

Brígida Sampablo Sánchez / Fotos: Cortesía de Petra

San Pedro Yucunama es mi pueblo. Su nombre proviene del mixteco y se compone de Yucu (cerro)  y Naha (amole) y quiere decir “Monte de amole o jabón”. Cabe aclarar que el amole es una especie de camote que, al tallarlo en la ropa, produce una espuma que quita la mugre. Yo viví mi infancia en este lugar y de él, tengo recuerdos que atesoro y llevo conmigo para compartir con mis familiares y amigos. Muchos de esos recuerdos tienen que ver con las mujeres y con la forma en que hacían rendir su tiempo.

En este hermoso rincón de la Mixteca oaxaqueña, todas las mujeres son muy trabajadoras, no recuerdo a mujer holgazana en mi pueblo. Además de hacer las labores del hogar -que incluían la elaboración de tortillas y el cuidado y limpieza de los hijos-, la mayoría de ellas realizaba otra actividad de acuerdo con sus talentos; unas hacían pan, otras cosían ropa para niñas, vestidos para señoras y también camisas de manga larga para los señores. Algunas personas, como mi abuela, se dedicaban a curar con hierbas y remedios caseros, entre otras cosas.

Una de las labores que llamaba más mi atención era la que hacían las mujeres en las cuevas, lugares excavados del nivel del suelo hacia abajo donde se formaba una especie de fosa de tres por tres metros con amplitud para dos o tres personas. A ellas se bajaba por unos escalones formados en la misma cueva. Estos espacios debían mantener la humedad, pues ahí se trabajaba la palma para la elaboración de sombreros, lo que implicaba todo un proceso. Antes de iniciar, las mujeres regaban el lugar donde colocarían la palma, después la cortaban en tiritas, tiñendo algunas con anilina en color morado y rosa para darle colorido a su trabajo; luego comenzaban a tejer los sombreros con una rapidez extraordinaria.

Para las mujeres, tejer sombreros es una labor que tiene su chiste. No deben estar por tiempo prolongado adentro de la cueva porque podrían enfermarse; así que planean muy bien su trabajo y hacen sus estrategias; por ejemplo, cuando la palma está bien húmeda salen a tejer y si no terminan el sombrero, lo botan dentro para que se mantenga húmedo, mientras realizan otra actividad.

Una vez terminados los sombreros, llegaban personas de pueblos circunvecinos como Nochixtlán, Tamazulápam, Yolomécatl o Chilapa de Díaz a comprarlos; otros se llevaban a Teposcolula. En ocasiones eran intercambiados en las tienditas del pueblo, por algún producto de primera necesidad. En ese tiempo, cada sombrero valía 55 centavos.

Recuerdo que muchas veces le pedí permiso a mi mamá para visitar a alguna de las señoras con tal de entrar a la cueva, pero no me permitían estar mucho tiempo debido a la humedad, por eso aprovechaba todo lo que podía para observar. Me quedaba maravillada al ver la rapidez con que movían las manos, y como terminaban, la pieza tan hermosa y fina.

Yo creo que ver ese entusiasmo de las mujeres, así como el cariño con el que hacían sus labores, me inspiró desde pequeña. Aún lo recuerdo y lo vivo, y pienso que ellas fueron una inspiración en mi vida. Esos años de mi niñez, en los que tuve la fortuna de haber vivido en Yucunama, me hicieron ser la mujer que ahora soy.

 

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