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El Hombre Increíble

kaliman
Foto(s): Cortesía
Giovanna Martínez

Fausta Ibáñez Ríos

Crecí en la década de los 70, cuando pululaba por doquier la literatura popular, llamada barata, por intelectuales y refinados.

A este tipo pertenecían las revistas de "Lágrimas y Risas" con historias de Yolanda Vargas Dulché; "Águila Solitaria" y "Kalimán", por mencionar algunas.

La edad de la inocencia

Acababa de cumplir 6 años, comenzaba a leer cuando tuve la primera revista entre mis manos, la imagen de la portada era perfecta, ¡cómo olvidarla!, me embelesaron esos ojos azul profundo en los que quería ver mi imagen reflejada; definitivamente también me gustaron otros personajes que conocí después, como Águila Solitaria, sobre todo cuando extendía su capa de plumas después de haber cumplido una misión para continuar en busca de otra. Pero tenía algunos defectos, ya estaba casado, tenía un hijo y a pesar de ser un superhéroe, buscaba venganza; también me enamoré de otros personajes como Tarzán, El Santo y Blue Demon a quienes conocí en las películas que proyectaban sobre la pared de la entonces Hacienda de Candiani, como parte de las festividades escolares o la colonia.

Leía toda la literatura que llegaba a mis ojos, pero tenía predilección por el hombre increíble y sus ojos azul profundo que inundaban todo mi ser; así que la buscaba el mismo lunes que salía a la venta.

"Kalimán", ilusión y fantasías

Me volví fanática de Kalimán, por supuesto la leía a escondidas de mi madre, y cuando no podía obtenerla, me ponía inquieta esperando cualquier pretexto para ir a buscarla; leía las revistas una y otra vez hasta grabar en mi mente todas las enseñanzas de mi superhéroe. Nadie podía compararse con mi hombre increíble, ¡me despertaba tan gratas e intensas emociones!; a medida que transcurrían las semanas, los meses, los años, y de extasiarme con sus aventuras, me enamoraba más de él y daba rienda suelta a mi imaginación. Me empeñaba en desarrollar sus poderes y valores que no eran dones divinos, sino fruto de su esfuerzo y dedicación. Solo así sería digna de mi superhéroe, recorreríamos nuevas aventuras; también conocería esas bellas mujeres que salvaba y que a veces terminaban enamoradas de él. ¡Cómo deseaba ser una de ellas!

Eran ilusiones; sin embargo, insistía en esos pensamientos con la firme idea de que si lo deseaba con vehemencia, podría realizarse; pero al volver a la realidad comenzaba a sufrir. Mi alrededor no tenía nada que ver ni con los paisajes, ni con la belleza física, ni con el alma de Kalimán; solo veía dos salones de clase en una escuela descuidada; niñas saltando la cuerda, al avión o sentadas en círculos jugando matatenas, contando chistes que a mí me parecían bobos, anécdotas y leyendas que me aburrían; lo más decepcionante eran los niños, verlos jugar futbol e insultando a quien se equivocara; las groserías eran parte de su vocabulario, pelear por una simpleza como una canica o competir únicamente para medir su fuerza, era el colmo.

Pensaba que sólo con el hombre increíble alcanzaría mi felicidad; no pedía ni más ni menos. Luego me entristecía al saber que era una niña común, pues por más que intentaba desarrollar sus poderes, no lo lograba.

Cuando miraba lo que vivían las mujeres de la familia y vecinas con sus parejas, me llegaba otra ola de pensamientos; cuando fuera grande, de no encontrar a un hombre digno de mi amor, me convertiría en monja.

Años más tarde

A los 17 años, mi novio y yo caminábamos tomados de la mano cuando nos vio mi hermano menor, nos sonrió, saludó y siguió su camino; de regreso a casa no tardó en deshacerse en burlas hacia mí, pues sabía de mi enamoramiento infantil y Jaime no cubría ninguno de los requisitos.  Me sorprendí cuando me lo describió, no pensé que recordara lo que le había platicado años atrás y creía olvidado; así mismo, existían más vivencias, fantasías, secretos que sólo después de un tiempo fueron exhumados a través el procedimiento psicoanalítico creado por Sigmund Freud.

Por otro lado, llamó mi atención no haber respondido con agresión las burlas de mi hermano, solamente me causó extrañeza el cambio radical en mis gustos.

Primer amor, primera desilusión

Así, creí haber encontrado el primero y único amor, llegué a desear estar con él por el resto de mi vida; sin embargo, al poco tiempo comenzaron a caer los velos, pero no me di por vencida, intenté que ese hombre cumpliera aquel ideal y al no lograr cambio alguno, desistí de mis intentos; “el amor había llegado a su fin”; ahora me quedaba lidiar con la culpa, pues era el obstáculo para decirle adiós. Por fortuna, él abrió la puerta y dio paso al fin de la relación cuando me dijo “Yo no soy ese hombre que tú quieres que sea y no voy a cambiar, búscate alguien que sea como tú quieres”.

Quien lea esta anécdota probablemente pensará que el anhelo de amor de una mujer es pretensioso, incluso injusto para quien se le deposita, pues se sabe popularmente de qué pie cojean los hombres.

Reflexión

En la historia narrada se puede deducir una de las fuentes de donde surge el ideal del amor femenino, pudiendo ser influencias familiares, culturales, sociales, históricas y económicas, que una vez que se introyectan pasan a formar parte del carácter. Es así como cada sujeto hace su propia experiencia mucho antes de la inserción y el involucramiento dentro de la relación de pareja.

¿Quieres saber más? Pide informes a los teléfonos 951 244 7006/951 285 3921 y ¡Hazte escuchar por un psicoanalista del INEIP A.C.!

[email protected]

 

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