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CONSULTORIO DEL ALMA: CUENTA CONMIGO; Psicoanálisis, política y ciudadanía

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Foto(s): Cortesía
Redacción

Daniela Clarisa Concha León

 

La herida ante el compromiso

 

Ayer pasaba el rato, en un café, pensando sobre el futuro que pretendo para mí y las implicaciones que eso tiene. Estaba tan absorta en mis pensamientos que no me percaté del grupo de personas que se encontraba en la mesa de al lado. Se hicieron notorios cuando el tono de su voz aumentaba en ciertos momentos. Era obvio, estaban molestos. 

Conforme pasó el tiempo, me di cuenta de que eran hermanos y estaban ahí para arreglar asuntos familiares. Supongo que no calcularon que la plática se tornaría álgida; los de las mesas contiguas conocimos a sus padres a través de su molestia. Se encontraban en aquel lugar, pues a una de las hermanas —cuyo nombre nunca supe, pero llamaré María— desde meses atrás, se le complicó solventar los gastos y cuidados de sus padres; adultos mayores, que requieren cuidados propios de la edad.

Primera petición 

Los hijos de María partirán el próximo ciclo a la Ciudad de México para entrar a la universidad y los gastos que esto implica son costosos. Ella se ha encargado de sus padres desde hace muchos años, por lo que decidió pedir ayuda a sus hermanos. Uno de ellos, al parecer el mayor, le gritó que ella tendría que seguir cuidándolos, pues se quedaría con la casa. Inmediatamente, la otra hermana arremetió diciendo que la casa era de los cuatro, que cuando sus padres ya no estuvieran se vendería y dividirían el dinero.

Después de tanta discusión, la cuarta hermana habló. 

—¿Por qué nos ponemos así, si son nuestros padres y dentro de sus posibilidades nos dieron lo que necesitábamos? Papá tenía dos trabajos, mamá lavaba ajeno. Nunca nos golpearon ni ofendieron. 

Eso bastó para que cada uno argumentara porqué sus padres no habían sido tan buenos; parecía que cada uno llevaba su expediente bajo la manga.

La herida 

María inició. Se quejó de que nunca le habían comprado zapatos nuevos, que siempre llevó a la escuela de medio uso, por lo que sus compañeros se burlaban de ella. El hermano la interrumpió:

—Al menos te compraron zapatos, pues a mí jamás me dieron la bici que con tanto anhelo les pedía cada año, por eso nunca aprendí a andar en ella. 

—Já, ahora resulta que eso es grave —interrumpió la tercera hermana—. Pues si a esas vamos, siempre le pedí vitaminas a mamá y me decía que comiera lo que nos daba, que eso bastaría para nutrirnos. De ahí se agarró para forzarme a comer las verduras que no me gustaban.

Resultó que una reunión para resolver el cuidado de los padres, se tornó en una discusión interminable de quejas. Me tuve que marchar, ahí me percaté de que pasé de la preocupación por mi futuro a preocuparme por los padres de aquellos individuos, y recordé uno de los temas que abordamos en el grupo de estudio Psicoanálisis, Política y Ciudadanía, “la disposición psíquica hacia el otro”, pues es esta la que interviene en el lazo o descomposición social. 

El Yo operando

Escuchar el dolor y el resentimiento de los hijos por situaciones parecidas, es común, pues la entidad psíquica llamada Yo, por lo general, alberga las heridas y las privaciones a las que los padres lo sometieron y dejan de lado las circunstancias o simplemente las olvidan. De ésta, el Yo crea un recuerdo muy conveniente para sí mismo, en este caso, al parecer, los hijos ya tienen la justificación para negarle a los padres el gasto económico y de trabajo que la situación exige y que, al parecer, por las mismas quejas de los hijos, se puede deducir lo que estos padres sí les brindaron.

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