Pasar al contenido principal
x

Denarios: Las visitas de Damián

casa-mal-estado-y-basurero
Foto(s): Cortesía
Redacción

Filiberto Santiago Rodríguez

—Vieja farsante, hija de la tiznada— dijo al salir del cuartucho de la bruja. —Dice que sus manos sanan, pero cuando se trata de una enfermedad como la mía nada más no puede— dijo apretando los dientes, al tiempo que aplastaba una rata que se le cruzaba en el camino.

Damián estaba molesto con su madre por haberlo llevado con la curandera de aquel vertedero. Ella le hizo limpias con distintos sahumerios cuyo humo le daba la impresión de que se le escapaba el alma. Se pronunciaron horrorosas imprecaciones contra aquellos seres y le dieron a beber brebajes azufrados y espesos capaces de alejar de aquel cuerpo a los demonios más perversos, pero la bruja no era tan fuerte como aquellos seres malditos.

Los terremotos que sacudían su cuerpo lo visitaban primero una vez por semana, pero al pasar el tiempo fueron más frecuentes. Ahora son diarios y los recibe generalmente en soledad, sin la ayuda de nadie. Su cuerpo es una colección de cardenales en cabeza, cara, brazos y piernas. Los dientes han convertido a su lengua en un tamal de carne viva. 

En su cuarto forrado de basura, Damián vive acompañado de Serafina, una perra tan flaca y debilucha como él. Parecen ser una copia fiel de Don Quijote y su caballo Rocinante. Los dos librando sus propias batallas en tiempos diferentes. El animal, al sentir las caricias de esas manos cálidas, se acurruca en su regazo, mirándolo con sus ojos negros y profundos donde se refugia la tristeza.

—Solo te tengo a ti— le dice a su compañera quien para las orejas, como si entendiera las palabras de su dueño. —Ninguna persona me quiere. Todos huyen de mí porque dicen que tengo metido al diablo. Mi madre se largó y ahora anda brincando de catre en catre como hija de la basura que es. Pero tú, Serafina, cuando tengas hijos nunca los abandones ¡Por ningún motivo!— dijo, dirigiendo en forma enérgica el dedo índice hacia los ojos de la perra.

La tarde cae y la noche se acerca cada vez más. En lo alto de aquel cerro de residuos, Damián se encuentra con los brazos abiertos abrazando al aire fétido de su entorno.

—Yo soy parte de este montón de cosas inservibles— grita con todas sus fuerzas. —Contamino el ambiente con mi presencia y si Dios se equivocó al darme la vida… esta vida, en mis manos está corregir el error.

Hay días en que el tormento de las visitas a su cuerpo le resultan insoportables. Es cuando quisiera abandonar para siempre este mundo. Piensa que es mejor ofrendar su cuerpo a los espíritus diabólicos para que hagan con él lo que quieran, pero sin que él esté presente. Medita y luego se pone a trajinar en ese mundo de fierros y cuerdas podridas.

No se sabe si el alma de Damián por fin descansa en paz o lo siguen atormentando en los infiernos, pero su cuerpo reposa al fin. Las láminas que hacen las veces de puerta son azotadas por el viento y dejan entrever un cuerpo de trapo viejo que se balancea con el viento. Solo se escucha el aullido de Serafina, que se encuentra echada bajo los pies de Damián. Afuera, el viento sigue.

La choza, el ahorcado y una perra huesuda se van haciendo cada vez más pequeños hasta que se funden con la montaña de basura.

Fin.

Noticias ¡Cerca de ti!

Conoce los servicios publicitarios que impulsarán tu marca a otro nivel.