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LECTURAS PARA LA VIDA: El capricho de escribir una carta

carta
Foto(s): Cortesía
Redacción

 

Mónica Ortiz Sampablo

 

En una época convulsa en la que estamos arrebatándonos la vida, en que la lucha por recuperar el tiempo perdido es contra nosotros mismos, vale la pena tomar un hoja de papel, una tinta y robarnos quince, tal vez treinta minutos para escribir una carta; será mejor la experiencia al compás de la melodía de un violín o un piano; quizá con un buen café al lado. Hemos pasado gran parte de los últimos años, con el cuello inclinado, la mirada perdida, los pulgares activos y la mente distraída en el teléfono celular, ya sean redes sociales, trabajo o chats.

Escribir una carta puede ser un acto absurdo. ¿Quién se tomaría ese tiempo, teniendo la posibilidad de enviar un mensaje y obtener la respuesta casi de manera inmediata? Acortamos las distancias, cumplimos los deseos, dejamos de ver lo que puede haber más allá de las frases, de las palabras, disparamos letras, palabras, códigos en automático; escribimos casi sin pensar, para que nuestro destinatario haga lo mismo; nos enfurecemos cuando no aparece la respuesta inmediata. No nos ponemos a pensar en que hasta el siglo 17, escribir cartas era casi un lujo, un capricho, que iba desde saber leer y escribir, hasta contratar a un mensajero que llevara la correspondencia; desde luego, tampoco pensamos en el tiempo y las aventuras que pasaba la misiva antes de llegar al destinatario.

Cuando entre amigos hablamos de este tema, viene a cuento el típico caso de Romeo y Julieta; nunca falta quien dice que ellos habrían sido muy felices si en su tiempo hubiera existido la telefonía celular, desde luego con amplia cobertura; como si la tecnología fuera una varita mágica, creo que en este tiempo más bien podemos echar por tierra esa teoría; sin duda, Romeo y Julieta habrían terminado en otros cuentos, en otras historias, cada quien por su lado; en fin, después de todo, personajes arquetipos de una historia de amor…

Antes de que la inmediatez de las conversaciones irrumpiera, existió la espera, la dulce paciencia, la emoción de llegar a casa y encontrar la carta de mamá, de un hermano, de una amiga; el deleite de leerla era todo un ritual, y la respuesta podía llevar días; era preciso recolectar esas palabras para construir ese puente por el que muchos todavía queremos transitar. No hace falta estar lejos, la invitación es un regalo para ti y una sorpresa para quien tenga la fortuna de recibir esa misiva.

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