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Cuentos del Doctor Lector: La China, las aguas y la pandemia

inundacion
Foto(s): Cortesía
Redacción

Juan Eduardo Lingow Rodríguez

 

Los gritos de parto en el asiento de atrás hicieron brotar sentimientos que no recordaba haber tenido antes.  Bueno…  tal vez en su lejana juventud, cuando un día él y sus compañeros soñaron con cambiar el mundo. Arrojo, osadía, coraje, determinación, valentía, empatía, solidaridad humana y altruismo yacían en un punto oscuro de su corazón, como la raíz, aún viva, de un viejo árbol seco que se negaba a morir y se identificaba con el misterio de la vida, justo cuando la muerte parecía enseñorearse del mundo entero.

En neutral aceleró fuerte tres veces, quitó el freno de mano y dijo: "Ahí vamos señora, aguante un poco". El auto tomó velocidad y comenzó a surcar las aguas. La corriente pareció levantar al automóvil, cubrió el capacete y amenazó con meterse por las ventanillas. Justo antes de caer por el extremo izquierdo del vado, lograron las llantas delanteras tocar tierra firme. El taxista aceleró e intentó rectificar el rumbo, pero el fluir de las aguas jalaba de la cajuela pretendiendo llevarse el mueble entero. El motor tosió varias veces, el taxista aceleró más, pero las llantas patinaban tratando de subir. Si la corriente los arrastraba, se ahogarían inexorablemente. Cuando los encontraran pasarían a formar parte de las estadísticas del meteoro.

Por fin, el taxista consiguió sacar las llantas traseras del vado. El carro, tosiendo, avanzó unos cuantos metros y se apagó. Trató de volverlo a encender.  Varias veces activó la marcha, pero el sonido prolongado de la misma, señalaba que el motor se había ahogado. En el asiento de atrás, la China ya no hablaba, estaba concentrada en pujar. El bebé, ajeno a todo lo que sucedía, sólo quería salir.

-Espéreme aquí, señora.

El taxista se abrochó bien su rompevientos y bajó del automóvil. Con dificultad subió la pendiente y sorteó los veinte metros hasta donde la calle topaba con la clínica.

—¿Sabe si hay doctor?—preguntó el taxista a un rostro iluminado por la brasa de un cigarro.

—¿Para qué lo quiere?— contestó secamente aquella figura impasible.

—En el asiento trasero está una señora a punto de dar a luz.

—Que venga para acá.

Continuará el próximo lunes.

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