Pasar al contenido principal
x

Sortear el riesgo a enfermar en la pandemia de COVID-19

Foto(s): Cortesía
Nadia Altamirano Díaz

Como Manuel Avendaño no puede tocar el bajo en ninguna “pachanga”, a sus 68 años la venta de juguetes tradicionales es la única fuente de ingresos para un hombre que vive solo, sin empleo formal, acceso a seguridad social o retiro.


“Sí me da miedo enfermarme, pero por eso uso cubrebocas”, dice con la tranquilidad que le otorga una vida sencilla y en solitario. En su bicicleta Manuel llega a las afueras del mercado municipal de Ejutla de Crespo para montar su puesto y ganarse 200 o 300 pesos diarios.


Antes de la crisis podía vender lo doble, pero con la pandemia el flujo de personas disminuyó y a la par la disposición de efectivo para comprar algo más que lo indispensable.


Su oficio original era ser integrante de un grupo norteño en el que tocaba el bajo eléctrico, pero lo dejó porque dos de sus compañeros fallecieron por la edad y no había quien toque el bajo sexto o el acordeón.


“Yo le sigo con otros muchachos, pero como hay tocadas en ningún lado, me dedico a vender juguetes de madera”, aunque hay días en que no vende nada.


Emplearse sin protección


Ese es el riesgo de laborar de manera informal, los empleos sin protección de la seguridad social, en el que el Instituto Nacional de Geografía y Estadística incluye a trabajadores no remunerados o por cuenta propia, quienes por su contexto no pueden invocar a su favor un marco legal.


Del millón 778 mil personas ocupadas al primer trimestre del 2020 en Oaxaca, el INEGI identificó que el 79 por ciento lo hace en la informalidad laboral, como María, quien recorre varios municipios de Valles Centrales para vender chapulines preparados con ajo, limón y chile.


Ella también resiente la pandemia porque hay días de plazas en municipios como la Villa de Etla que se interrumpieron. “Nomás vendo cerca de mi pueblo, Santa Lucía Ocotlán, o en Ocotlán y Ejutla, no ganamos mucho, pero sirve para la comida y con la contingencia estamos más jodidos”, expresa tratando de convencer a la clientela.


Por casi cinco meses María se guardó en su casa y estuvo atendida a lo poco que ganaba su esposo, de oficio albañil y con el semáforo epidémico en color amarillo retomó la venta de chapulines, sin saber que esta semana cambiaría a naranja.


No poder resguardarse


Para Marcelina Pacheco, quien cada día que sale de su casa a vender camotes cocidos ruega de que le “vaya chulito” y pueda vender al menos 500 pesos, aunque de eso debe descontar más de 250 pesos de la inversión.


Si ella pudiera a sus 56 años se quedaría en su casa, pues con el antecedente de diabetes el miedo de una complicación por COVID-19 es mayor.


“Yo tengo diabetes y aún así me arriesgo”, pero la necesidad la obliga casi a salir de casa, dice con la conciencia de que en la informalidad económica la salud no encuentra cobijo.

Noticias ¡Cerca de ti!

Conoce los servicios publicitarios que impulsarán tu marca a otro nivel.