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“Subió a las alturas y está sentado a la derecha del Padre”

Foto(s): Cortesía
Redacción

La Ascensión del Señor. Domingo 16 de mayo de 2021. Blanco, Solemnidad; Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales [Se omite la Memoria de san Juan Nepomuceno, mártir] Misa de la Vigilia MR, p. 387 (386) / Lecc. I, p. 936. Otros santos: Juan Nepomuceno, presbítero y mártir; Simón Stock, presbítero de la Orden de Carmelitas. Beato Vidal Vladimiro Bajrak, presbítero de la Orden de San Josafat y mártir. Hch 1,1-11; Ef 4,1-13; Mc 16,15-20.


La primera lectura está tomada del Libro de los Hechos de los Apóstoles, que nos cuenta la historia de la Iglesia primitiva y que tiene como columna vertebral la Resurrección del Señor Jesús, de la cual los apóstoles se convirtieron en firmes testigos, pues ellos convivieron durante 40 días con Jesús resucitado y recibieron de Él sus recomendaciones.


En Jerusalén recibieron los apóstoles el Bautismo en el Espíritu Santo, que hizo de ellos nuevas creaturas; pero era necesario mostrarles el fin último de la Resurrección, que es la Ascensión, mediante la cual Jesús vuelve al Padre y a donde va a reservarnos una habitación a cada uno de nosotros. Pero Jesús no vuelve sólo, lleva consigo a todos los que han creído en Él y han luchado contra las fuerzas de las tinieblas que producen injusticias, odios y muerte; por eso, toda comunidad cristiana, debe ser misionera, para catequizar a la luz de Cristo Resucitado, si no lo hace, deja de ser Iglesia de Cristo.


En la segunda lectura, San Pablo nos está pidiendo que no llevemos el Nombre de Cristo como una coraza, un barniz, una herencia o simple costumbre; sino que hagamos vida lo que creemos y predicamos, a través de la humildad, amabilidad, comprensión y, principalmente, soportándonos mutuamente con amor; la razón es porque pertenecemos a una sola Iglesia, a un solo Señor, a un solo Espíritu Santo, a una sola fe, hemos recibido un solo Bautismo y nos mueve una sola esperanza: Subir al Cielo así como nuestro Señor Jesucristo.


Por último, nos invita  a que no seamos católicos pasivos, bellos durmientes, sino que evangelicemos y catequicemos como testigos que somos de la Resurrección. Todo el que lleve el nombre de cristiano católico debe ser un catequista de corazón, que evangeliza con sus palabras y con sus obras.


En el pasaje evangélico, San Marcos nos cuenta cómo Jesús, después de resucitar, se apareció en varias ocasiones a los discípulos y les dijo: "Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda creatura. El que crea y se bautice, se salvará; el que se resista a creer, será condenado… El Señor Jesús, después de hablarles, subió al cielo y está sentado a la derecha de Dios”.


Predicar el Evangelio a toda creatura, es la semilla que debemos sembrar en todo el mundo; ya sea tierra buena, pedregosa o llena de espinas; que la tierra mala no sea pretexto para dejar de sembrar.


San Pablo nos dice: "Pero por supuesto, perseveren en la fe; muéstrense firmes, cimentados en ella; no se desvíen de su esperanza; tengan siempre presente el Evangelio que han oído, que ha sido predicado a toda criatura en este mundo, y del que yo Pablo he llegado a ser encargado" (Col 1, 23).


Hermanos, tanto Marcos como Pablo, ponen primero la evangelización y la catequesis; y sólo después el Bautismo y los demás Sacramentos.


 A mi parecer, es muy lógico que sea así, pues ¿cómo podemos amar lo que no conocemos? Pero tristemente yo mismo propiciaba, sin querer, que fueran primero los Sacramentos y, cuando hubiera tiempo, la catequesis; peor tantito, esta loable y titánica labor se la delegaba por completo a mis abnegados catequistas, creo que se me olvidaba que era yo el Párroco y que, según el Canon 528 el Párroco está obligado a procurar que la Palabra de Dios se anuncie en su integridad a quienes viven en la parroquia, que los fieles sean adoctrinados en las verdades de la fe y reciban formación catequética e, incluso, que el mensaje evangélico llegue igualmente a quienes hayan dejado de practicar o no profesen la verdadera fe.


Quizá esté yo en un error o hiriendo virginales consciencias; si es así, discúlpenme, estoy dispuesto a recibir correcciones, al fin que no tengo ningún título que perder. 

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