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Tras incendios en Ixtepeji, pobladores buscan forma de salir adelante

Foto(s): Citlalli López Velázquez
Citlalli López Velázquez

Santa Catarina Ixtepeji.- El grito vino rebotando entre los árboles que se retorcían al fuego. “¡Se está quemando!, ¡Se está quemando!”, oyó Cornelio mientras que veía como se levantaba una columna de humo sobre su casa. El fuego había iniciado ladera abajo y llegó saltando de copa en copa. En cuestión de minutos su hogar quedó envuelto en llamas. Hoy sólo quedan los muros de adobe y dentro las huellas de la tragedia.

Yolanda Espinoza Vicente camina sorteando las láminas retorcidas de lo que fue el techo de una de sus habitaciones. Bajo sus pies truena el grano de frijol y maíz quemado en el incendio. Ya pasó una semana. La población intenta recuperar la normalidad después del siniestro. Su esposo e hijo zanjan la tierra para meter la manguera y tener agua potable. Ella espulga en cada rincón para rescatar lo que se pueda.

La familia habita en Tierra Colorada de Santa Catarina Ixtepeji, municipio abrazado por el bosque de la Sierra Norte de Oaxaca. Fueron una de las 19 familias damnificadas, sólo que en su caso la pérdida fue total.

Aquella mañana fueron a un velorio en un poblado cercano. Regresaron por unos trastes. “Como a los cinco minutos que llegamos a un arroyito que está acá abajo vimos la flama roja, roja. ¡Bájense!, nos dijo un muchacho. ¡La lumbre va para su casa!, nos gritó. Cuando llegamos de aquel lado nos gritaron: ¡ya no sigan, la lumbre ya se la llevó!”, relata Yolanda mientras ensortija su cabello cano en un chongo.

El viento soplaba desde abajo con furia, devoraba todo a su paso. Cornelio y Yolanda corrieron hacia la casa de sus suegros para sacarlos y llevarlos hacia el otro lado de la montaña. Uno de sus nietos llegó gritando entre la tronadera de los pinos. Cornelio se negó a pensar que su casa ya no tenía remedio y se aventuró a regresar para lanzarle agua desde arriba, pero ya nada pudo hacer. Todo quedó en cenizas, desde sus flores sembradas en una pequeña parcela, la cosecha de frijol y más de 50 años de su vida.

“Mi esposo pensó que la casa no iba a arder porque aquí teníamos sembradas flores, aquí estaba verde y todo estaba floreando. Nosotros sembramos flor y vamos todos los martes a vender, vendemos flores y macetas. Intentaron echarle agua por eso unas ropas se salvaron, otras se arrugaron, pero todo lo demás se quemó, la cama, una motosierra, mis dos bultos de frijol, medio bulto de maíz, el fertilizante, mi licuadora, la lavadora. Todo se perdió”.

Batalla férrea 

Eran más de las dos de la tarde y la lumbre siguió abriéndose paso entre el bosque, sin respeto, sin permiso, desatando miedo y también la valentía de las y los comuneros que no dejaron de luchar para apagar el fuego. Otros poblados se unieron. La batalla fue férrea.  

Don Sergio estaba en servicio como policía de la agencia de policía Tierra Colorada, fue uno de los primeros en llegar a tratar de contener el fuego. Con lo que tenía a la mano empezó a abrir brecha tratando de evitar que se corriera hacia la clínica. La lumbre era espesa, desprendía bocanadas de humo negro. Respirar era difícil, los ojos ardían, la garganta raspaba.

-"¿Qué si nos dio miedo?, claro que teníamos>"- dijo con sinceridad. Después añadió: "¿Qué si fuimos valientes? No quedaba de otra".

Arriesgó su vida para salvar el bosque

"Todos aquí lo hacemos porque el bosque es nuestra vida, nos da aire puro, agua, un lugar en dónde vivir"- explica. Su mirada se clava con tristeza en el paisaje grisáceo de árboles retorcidos mientras avanzamos por la carretera hasta llegar a casa de Natalia de 73 años y Tereso de 87, quienes se salvaron de milagro y las fuerzas de su nieta Natalia de 11 años de edad. 

La abuela vio la lumbre a lo lejos, en ese momento no se veía amenazante, pero algo la impulso a sacar a don Tereso de la habitación. “Lo paré junto a ese tambo. En eso nada más estábamos cuando vi la lumbre más espesa. Pensé: eso nos va a llegar, ¡vámonos!”.

Las manos de Tereso empuñaron la andadera que utiliza para caminar desde que, debido a la diabetes, le amputaron la pierna izquierda. Así empezó camino, pero a ese paso, pensaron, la lumbre los alcanzaría. Natalia su nieta lo sentó en la silla de ruedas y comenzaron a empujarlo ladera arriba.

Arribita iban cuando tronaron los tanques de gas de la casa vecina. El fuego se fortaleció. No llevaban ni la mitad del camino y Natalia, la abuela, ya no tenía fuerzas para seguir empujando. 

Al llegar al palo del cerco volvieron a sufrir porque no podía abrirse. El momento apremiaba porque la lumbre se había escabullido a la cocina de la familia, de un lengüetazo achicharró el duraznal y aguacatal, con el otro hizo tronar un transformador de luz.

Tereso le pidió que lo dejaran en el camino para que pudieran correr y salvarse. Ambas se rehusaron y continuaron ferozmente jalando y empujando. Por el esfuerzo, los pies de Natalia culebreaban al subir. Dejó sus zapatos a media subida porque se resbalaban con la tierra suelta.

“Natalia nos salvó a los dos porque yo ya no tenía fuerza, sólo Dios sabe cómo le hizo ella para jalar esa silla, por ella vivimos, sino los dos nos hubiéramos quemado. Yo no me acuerdo, no doy razón de cómo subieron a mi esposo a una camioneta en la que nos llevaron a la Rosa Blanca. Me afligía de mi muchacho que por ahí abajo andaba. 

Una de las versiones sobre el inicio del fuego es que éste se originó en el traspatio de una casa en donde estaban quemando la basura. La persona que lo habría iniciado de manera accidental desapareció de la agencia. Será en próximos días cuando se lleve a cabo una asamblea de comuneros y comuneras en la que discutan al respecto y se analicen las sanciones, así como las acciones de remediación.

En la localidad las clases quedaron suspendidas durante una semana para evitar que algún niño se accidente en su ida a la escuela pues las laderas quedaron debilitadas con el fuego. Quedaron proclives a deslaves.

“La tragedia no terminó el día del incendio. La tragedia sigue porque el bosque va tardar en sanar, por lo menos 50 años”, afirma con pleno conocimiento don Sergio. 


El saldo

19 familias damnificadas

Cultivos perdidos

Frijol 

Maíz 
 

“Mi esposo pensó que la casa no iba a arder porque aquí teníamos sembradas flores, aquí estaba verde y todo estaba floreando. Todo se perdió”.

Yolanda Espinoza Vicente, pobladora

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