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“No me llames oaxaquita”; contra la discriminación de migrantes en EU

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Foto(s): Cortesía
Octavio Vélez Ascencio

Nacido en Los Ángeles, California, en 1980, hijo de migrantes zapotecos de Tlacolula de Matamoros, Rafael Vásquez Marcial es un profesionista con maestría, doctorado y posdoctorado, pero también un activista para terminar la discriminación a los migrantes oaxaqueños y sus hijos con expresiones racistas, especialmente “oaxaquita” o “oaxaco”, porque también fue víctima durante su época de estudiante.

 “Mis padres Rafael y Amelia, migraron en 1976 y se asentaron en Santa Mónica. Nací y viví con la comunidad tlacolulense. Cursé la Licenciatura y Maestría en Estudios Chicanos en la Universidad Estatal de California, después el doctorado en la Universidad de Estudios de Posgrado de Claremont y un posdoctorado en el Instituto de Investigaciones Sociológicas de la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca (IISUABJO) con una beca del departamento de Estado de los Estados Unidos. Al estar trabajando mi tesis para el doctorado, entrevistando a jóvenes de preparatoria en Oxnard, California, me di cuenta de la discriminación que sufrían, porque había un perjuicio racial por ser oaxaqueños. Sus propios maestros y compañeros, especialmente de Michoacán y Jalisco, los discriminaban con el epíteto de ‘oaxaquita’ o ‘oaxaco’. Hubo un caso de un joven nacido en Estados Unidos que pensó suicidarse por esta razón e incluso le dijo a su madre oaxaqueña que se avergonzaba de ella. Es lo peor que una madre puede escuchar de su hijo. Su maestro, se burlaba porque él no podía hablar bien español e inglés”, cuenta.

Aunque esa discriminación también la vivió cuando era estudiante, por el menosprecio de otros mexicanos hacia los oaxaqueños.

 

 

No se juntaban conmigo ni con otros muchachos de Tlacolula de Matamoros, nos decían ‘oaxaquita’ o ‘oaxaco’. Algún compañero me sugirió que nada más no dijera que era de Oaxaca y entonces decía que era de Michoacán. Aún no tenía una conciencia crítica y así negaba mi origen y el origen de mis papás. Empecé con ideas críticas al ingresar a la universidad, porque muchos jóvenes estudian la Licenciatura en Estudios Chicanos para ser valorados como méxico-estadounidenses, porque el término chicano se convirtió en una identidad social, política y cultural, así como en una bandera para luchar por sus derechos en educación, laborales y demás”, relata.

De hecho, su tesis doctoral fue de cierta forma un soporte a la campaña “No me llames oaxaquita” lanzada en el 2012 por la Organización Comunitaria Proyecto Mixteco Indígena, para combatir con la discriminación y el acoso escolar.

“Tuvo un alcance importante, fue noticias en Los Ángeles Times, en estaciones de televisión y de radio. Incluso sorprendió a las comunidades anglosajonas que no conocían la discriminación de unos mexicanos a otros”, señala.

 

 

Eso, motivó que el Departamento de Educación de Oxnard retomara la propuesta de la Organización Comunitaria Proyecto Mixteco Indígena y aprobara por unanimidad una resolución para prohibir los términos despectivos y crear un comité contra el acoso.

“Es parte de una política pública para acabar con el término ‘oaxaquita’ en las escuelas. A un joven, así le decían, se enojaba y se peleaba. Se sentía deprimido y fue a ver a un médico, le cuenta la razón y entonces él toma la decisión de comunicarlo a la escuela para que hiciera algo, porque el racismo no era bueno para la salud y el bienestar del joven. Yo colaboré e hice el libro ‘Respeto es la paz’, para que los niños de primaria tengan conciencia de que pertenecen a los pueblos originarios y sean orgullosos de su cultura”, agrega.

 

 

En octubre del año pasado, después de la divulgación de unos audios donde los concejales de Los Ángeles, California, Nury Martínez, Gil Cedillo y Kevin de León, menospreciaron a los migrantes oaxaqueños, llamándolos personas pequeñas y oscuras, junto con un grupo de profesionistas y académicos nacidos en Oaxaca y en los Estados Unidos, envió una carta de desacuerdo con las expresiones y exigir al Cabildo que no permita el uso de la palabra “oaxaquita”, así como para proponer la creación de un Cuerpo de Trabajo Indígena, que formule una estrategia de desarrollo para evaluar y mejorar la colaboración entre los departamentos de la ciudad, las organizaciones comunitarias y otras agencias que atienden a los migrantes indígenas.

“Invité a otras colegas a firmar la carta. La concejal Eunisses Hernández, que reemplazó a Gil Cedillo, publicó una carta donde manifestó su apoyo a los oaxaqueños y en contra de los comentarios racistas. Retomó la propuesta que hicimos y el 5 de julio pasado presentó dos mociones, una de ellas, para crear un cuerpo de trabajo y hacer políticas públicas en favor de los oaxaqueños y demás migrantes indígenas. La intención de la concejal, de acuerdo con su paquete de legislación, está destinado a reparar los daños causados ​​a las comunidades indígenas, así como promover la justicia lingüística y las iniciativas lideradas por indígenas en la ciudad de Los Ángeles”, termina.

 

 

“No se juntaban conmigo ni con otros muchachos de Tlacolula de Matamoros, nos decían ‘oaxaquita’ o ‘oaxaco’. Algún compañero me sugirió que nada más no dijera que era de Oaxaca y entonces decía que era de Michoacán".

 

"Aún no tenía una conciencia crítica y así negaba mi origen y el origen de mis papás. Empecé con ideas críticas al ingresar a la universidad, porque muchos jóvenes estudian la Licenciatura en Estudios Chicanos para ser valorados como méxico-estadounidenses"-

 

"El término chicano se convirtió en una identidad social, política y cultural, así como en una bandera para luchar por sus derechos en educación, laborales y demás”.

 

Rafael Vásquez Marcial, activista

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