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Sonrisas y chicles, la venta de Gabino

Foto(s): Cortesía
Redacción

Gabino tenía una vida casi como cualquier otro jefe de familia; su trabajo como carpintero, combinado con otras actividades comerciales, le permitían mantener a sus hijos, casi sin problemas. Un desafortunado accidente provocó que le amputaran una pierna y perdiera sus fuentes de ingresos; desde ese entonces, la vida para este hombre no es la misma.


Pese a la cadena de obstáculos a las que se enfrenta, Gabino Zárate Guevara, de 50 años, sonríe cada mañana.


El crucero frente a Plaza Oaxaca, sobre avenida Universidad en la capital, es su centro de trabajo, vende chicles, regala una sonrisa y da los buenos días, pese a la indiferencia de muchos automovilistas que apenas voltean a verlo.


En medio de su jornada de trabajo, que comienza con la luz del día, Gabino hace una pausa para compartir su historia, para recalcar que salir a trabajar y no darse por vencido, es cuestión de voluntad.


El desafortunado día




Gabino Zárate Guevara no tiene una pierna, a consecuencia de un accidente. FOTO: Carlos Román Velasco

La mañana apenas comenzaba, era un día de agosto de 2010. La felicidad que sintió aquella mañana al conocer de parte de un médico que su estado de salud era bueno, se vino abajo en un instante; al cruzar la calzada Héroes de Chapultepec, un ebrio conductor lo arrolló.


La escena de las llantas del coche encima de él no se borra de su mente. “Me encomendé a Dios, y le pedí por mis hijos cuando me vi ahí tirado”, recuerda Gabino sentado en su silla de ruedas.


El vehículo le destrozó parte de su pierna izquierda, la amputación fue la única opción.


Los ahorros logrados de su trabajo como disc-jockey y camarógrafo de eventos sociales, se esfumaron en menos de dos meses después del accidente; entre las consultas, medicamentos y solventar gastos diarios para su familia.


“Es muy difícil quedar así, pero tengo la necesidad de comer, calzar y de medicamentos”, expresa.


Hambre de vivir




Gabino ya perdió el miedo a la ola de carros; este crucero es parte de su vida. FOTO: Carlos Román Velasco

Gabino ha hecho suyo ese crucero. Al paso de varios año logró dominar los tiempos del semáforo, a transitar entre la fila de pequeños y grandes vehículos y ganarse a sus clientes.


Pero el inicio no fue fácil. El vendedor cuenta que cada vez que salía a las calles el miedo lo invadía, pero tenía que trabajar en algo.


La carpintería que lo empleaba antes del accidente le cerró sus puertas, pese a ser el negocio de un familiar. Gabino afirma que pudo ser capaz de lijar la madera, o barnizarla, o cualquier otra actividad.


Luego de varios meses de permanecer en el Centro Histórico de la ciudad, en las calles de Berriozábal y de Abasolo, sobre avenida Benito Juárez, decidió cambiar de sitio en busca de mejores recursos.


Al paso de los años, Gabino se siente orgulloso de su trabajo y no ser parte del grupo de personas que pese a no contar con ninguna discapacidad, sólo estiran la mano para pedir dinero.


“Me decían: pide ayuda, así como estás, sí te dan”, apunta el vendedor, quien sostiene que prefirió la vía del trabajo, el cual se le negó hasta con amigos en negocios establecidos.


En el crucero no hay días exactos para tener una buena venta, incluso expresa: “Todos los días ya son malos, pero yo digo que son buenos”, mientras alza sus brazos con las manos empuñadas y una sonrisa en su rostro.


“Conectar la buena vibra”




"¡Buen día, que le vaya bien!", es el plus de este vendedor de chicles. FOTO: Carlos Román Velasco

Por fortuna, la mañana le regala un ambiente fresco, menos soleado que el resto de la semana, pero las consecuencias de los cambios climáticos le afectaron en su estado de salud; el dolor de garganta trata de vencerlo.


Gabino domina a la perfección el manejo de su silla, la cual le fue donada. El tiempo del semáforo en rojo lo tiene en su mente; poco más de 60 segundos son suficientes para recorrer al menos 100 metros de la fila de vehículos que esperan el verde.


“Si me siento mal, hasta se me olvida en este ambiente. Salgo a la calle, empiezo a trabajar y cuando me doy cuenta, ya se me quitó”, dice el hombre, con una edad de medio siglo.



Con ánimo, sostiene que “conectar la buena vibra” es lo que más le gusta de su trabajo.


Él refiere que siempre ha sido alegre, dicharachero, lo que le ayuda para hacerse de clientes cada día.


Gabino saluda a todos los automovilistas por igual; le compren o no, les desea buenos días, aún a quienes apenas se dan el tiempo para voltear a verlo.


“!Adiós amigo¡, !Adiós amigo!” se escucha desde un automóvil que ocupa el carril del centro. El conductor saca el brazo para saludar a distancia a Gabino. Como aquel automovilista, varios más que lo conocen le preguntan cómo está y sin duda, le compran un paquete de chicles.


Satisfecho por las relaciones que ha entablado, indica que “en esta vida lo importante es dejar una huella positiva”.


Sus motores


“Mi motor es mi enfermedad, la que me obliga a pararme para salir a trabajar, por la que me aferro a vivir”, sostiene Gabino, quien después del accidente tuvo que irse a vivir con sus padres; su matrimonio ya se había fracturado poco antes del percanse.


Con un tono de voz más fuerte, él refiere que sus dos hijos adolescentes también son sus motores de vida, a quienes apoya con lo que puede.


“Sacar adelante a mis hijos me motiva a seguir aquí, para que sean unos profesionistas, o vendededores de tacos, lo que quieran, pero que sean los mejores del mundo, no de la cuadra ni de la colonia, del mundo”.


Miedo a la irresponsabilidad




Su silla se encuentra deteriorada; usa chaleco reflejante para tratar de evitar un accidente. FOTO: Carlos Román Velasco

El padre de familia no cuenta con alguna garantía en su trabajo y aunque un empleo formal le vendría bien respecto a las prestaciones laborales, el hombre ha dejado de insistir en la búsqueda de uno, por el rechazo a las personas con discapacidad.


Además, por también padecer de problemas del riñón, hay ocasiones en las que se siente mal y debe faltar al crucero a trabajar. Es por ese motivo que también le da miedo conseguir un trabajo establecido, pues considera que hay pocas posibilidades para faltar ante una enfermedad.


“No me gusta ser irresponsable, quedar mal, faltar por enfermedad”, refiere.



Gabino espera que algunas personas vean en él su esfuerzo, que no lo califiquen de ser sólo una persona que pide limosna, pues él se esfuerza “para salir de la barranca y eso sólo se logra con trabajo”.

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