La multitud camina con completa quietud, quieren conocer y quieren probar. No hay espacio para el apuro, se ofrece un ambiente de fiesta, de sazón y de experiencia.
Los estrechos pasillos lucen a reventar, a los rostros les adornan las sonrisas, el cuerpo siente bochorno y las miradas se extravían en el color.
¡Pan de yema! ¡Llévele para su chocolatito!, incitan las mujeres ataviadas de prendas populares. Ofrecen un pedacito, una pequeña muestra de exquisitez para conquistar el paladar ajeno.
Los anafres trabajan a marcha forzada. En el aire se respira el aroma, es aroma de gloria, aroma que abre el apetito y que suplica hallar un lugar en dónde probar.
Entonces, las mujeres se observan una a otra, como retandose… ¿quién será la primera en atender al visitante?
¡Déme una tlayuda! ¡Una tlayuda con chorizo! ¡Una tlayuda con tasajo! Se piden todas las carnes, sí, lo que sea, pero quieren probar el alimento sobre la dura tortilla, producto esencial en la cultura gastronomía de la entidad.
La mesa les espera, llega la imperante comida sazonada de asiento y de pasta de frijol, acompañado de múltiples vegetales. Frente a sus ojos saborean el platillo rimbombante y de colores.
¿Para acompañar? ¡Hay cerveza, hay mezcal! Hay quienes corren en busca de tejate, gustan del exquisito manjar, manjar de los dioses, manjar de maíz y cacao.
Comen alegres, se complacen de los alimentos, disfrutan de las bebidas y del trato amable de la gente.
¡Qué empiece la música! Es música de viento que viene de todos lados y que invita a degustar con alegría y plena paz.
Se acerca un hombre vendiendo semillas; aparece una niña que ofrece rebozos y detrás un infante pidiendo limosna. A todos ven, a todos escuchan y nadie se va con las manos vacías.
Quieren impregnarse de los colores, quieren sentir pertenencia. Ansían conocer, admirar y recordar.
Les recibe la tierra donde Dios Nunca Muere, están en Oaxaca y transitan admirando las maravillas que el Mercado 20 de Noviembre ofrece.
